martes, 7 de diciembre de 2010

Primavera

Para Karla, con cariño.

No había pasado mucho tiempo que habían dejado de verse. Era doloroso verlo en retrospectiva, a pesar de que sabía que haber terminado era lo mejor para ella (y suponía que también para él), admitía que sí hubo momentos agradables, momentos en los que ambos habían reído sinceramente para luego bajar la mirada, enseguida levantarla y quedar frente al horizonte. Sin embargo, sabía muy bien por qué la relación había terminado: él nunca la había apasionado. Tardó talvez dos o tres meses en darse cuenta, pero finalmente supo que estaba buscando otra cosa.

Esa búsqueda siempre había resultado pesada, y por alguna razón, siempre la había remitido a algún día de primavera hacía unos cuantos años, cuando se acercaba a la veintena. Talvez la búsqueda era lurda porque había cargado también con lo ocurrido aquel día. Cuando recordaba ese momento volteaba a ver a su hermana, se aferraba a su mano, y no la soltaba hasta sentirse nuevamente en una pieza; afortunadamente su hermana siempre había sido paciente y constante, su mano siempre estaría cada vez que la primavera volviera.

Las primaveras no siempre fueron así. Recordaba que antes era la mejor época del año. Cada vez que regresaba de la escuela, dejaba su mochila en la casa, saludaba a su madre y luego de comer, jugar y pelearse con su hermana, salía en su bicicleta a un parque cercano, se bajaba de ella para recargarla en algún árbol que encontraba, y se sentaba a disfrutar del viento, del sol y de los sonidos que llegaban de todas partes, un niño llorando, la tortillería que seguía vendiendo tarde, un grupo de niños riéndose, el paso de los autos. Un día, esa época del año había dejado de significar alegría para convertirse en otra cosa… pero hacía falta sacudirse la inercia, pensar en el horizonte y olvidarse un poco de la montaña que había dejado atrás; hacía falta hacerse los ánimos por las mañanas.

No era primavera cuando había terminado la relación con su antiguo amigo, era más bien mediados del otoño; y fue casi acabando la estación cuando conoció a Guadalupe. Al principio no la había notado, iba al trabajo de su hermana a comprar algún dulce o rentar una película, y la encontraba en la tienda trabajando. Poco tiempo después, cruzaron alguna palabra, Guadalupe se acercaba cuando buscaba alguna película y le preguntaba por ejemplo, si buscaba algún título en particular. En otras ocasiones, Guadalupe encontraba la forma de hablar con ella de alguna tontería, molestaba a la hermana, o comentaba sobre la gente que entraba y salía del centro comercial o de los puestos que vendían productos de diciembre; su hermana comentaba en ocasiones sobre ella en la casa. Fue notándola de a poco.

Una vez, su hermana había invitado a Guadalupe a cenar a la casa, Viri siempre había sido muy amistosa con la gente y no le sorprendía que llegara acompañada de nuevas personas. Luego de cenar pizza, se quedaron en la sala a jugar algo en video (siempre le habían gustado los video juegos). Guadalupe no era muy buena y ambas, su hermana y ella, se burlaron varias veces. Guadalupe era agradable, además tenía una forma de mirar que hacía que uno prestara atención en ella, tenía una forma de ser tranquila, mostraba curiosidad, pero también mucho cuidado para no dejarse ir.

Con el paso del tiempo, fueron conociéndose, y ella comenzó a sentir aprecio auténtico por esa chica de aspecto infantil y de mirada profunda. Sus conversaciones se volvieron más largas y personales, hablaban de sus experiencias pasadas y de las reacciones emocionales que habían tenido. Una vez, Guadalupe le contó sobre su abuela, le dijo que fue la primera mujer de la que se enamoró en su vida; le contó que su padre la golpeaba cuando niña y que esa fue la razón por la que dejó la casa de su abuela para buscar vida por sí misma. A ella le sorprendía cómo los golpes del padre no habían mermado las ilusiones de la chica, y cómo no habían tampoco impedido que Guadalupe fuera amable con los demás, el monstruo no había logrado destruir a la niña; pero sobre todo admiraba cómo el espíritu de Guadalupe no había enflaquecido, admiraba la tremenda fortaleza que esa niña había conservado para sí.

No recordaba bien cómo se había dado el viaje a Puebla. Quizá de algún comentario que Viri y ella hicieron al respecto (su madre había sido de allá), y por alguna razón que tampoco recordaba, Viri no pudo ir; así que ambas empacaron algunas cosas y se fueron juntas. Se detuvieron en cada iglesia de la ciudad, tomaron muchas fotos, comieron helado hasta saciarse y, claro está, hablaron mucho. Fue allí cuando se enamoró de Guadalupe, se enamoró de su risa, del optimismo que tenía frente a su vida, de esa mirada profunda y del tono grave de su voz, se enamoró de su simpatía y de cómo le seguía el juego cuando ella decía alguna tontería… había encontrado lo que buscaba.

La relación tenía sus altibajos, Guadalupe y ella discutían de vez en cuando, pero el vínculo que habían establecido desde aquel viaje les ayudaba a lidiar con los desacuerdos y las discusiones que surgían. Además estaba Viri, el angelito con el que había crecido; sabía que ambas se tenían una a la otra para sostenerse de la mano cada vez que hiciera falta.

Las primaveras comenzaban a recuperar el sentido que antes tenían.

martes, 30 de noviembre de 2010

Tu imagen

Fui reconstruyendo tu imagen a partir de su mirada. Fue como conocerte a partir de sus palabras, de sus historias, a partir de los fantasmas que lo persiguen, esos que cuelga de pasada a los que se quedan con él, para hacerse más ligera la carga, para hacerse el camino más llevadero.


Fui conociéndote como a una hermana al mismo tiempo que como mi reflejo, como las dos Fridas, una de blanco, la otra de azul, unidas por un lazo de sangre... imagen que duele, que hace girar la mirada hacia otro lado.

Fui conociendo tu conversación a partir de los silencios que dejaste en su plática, en los temas que no tocó, en los juicios que no hizo, en las suposiciones que me puso encima sobre temas que no conocía de mí.

Fue como aprender materia en la oscuridad, como caminar a tientas, tocándolo todo hasta que poco a poco tomaste forma. Fue como conocer a dos personas a través de una. Lo reconocí a él en la superficie, te reconocí a ti en los surcos, en las frases sin terminar, en las preguntas sin hacer, en los comentarios sin motivación aparente. Fue tu ausencia una presencia constante.

Enseguida el camino, que no es otro más que tú, se bifurca: si era tu ausencia presencia constante, fue así por la fuerza del lazo que lo ha unido a ti, vínculo al que se ha asido con fuerza, esperanza que no ha soltado, ave que ha encerrado para su contemplación egoísta.

La otra parte del camino es más sutil, menos nítida. Fuiste como el Homero de Borges, múltiple: no fuiste hermana, sino hermanas. No hubo una sola, sino varias, talvez todas. Juntas, reflejadas en la misma mirada, en los mismos silencios y en la misma conversación; me vi en el espejo de sus palabras reflejada infinitamente hacia el pasado, ese pasado que lo incluye todo, que incluye a todos Ellos en los que Ellas se vieron reflejadas multiplicadas.

Post scriptum.

Yo también he encerrado aves para mi contemplación egoísta. También tengo fantasmas de presencia constante, sin embargo para mí no son nuevos, de tanto seguirme se han vuelto inofensivos. Él también los fue conociendo en los espacios que dejé en blanco y en los lugares a los que no me aventuré. Fuimos cargando ambos con los muertos del otro, ahora que acaba, lo entiendo.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Tercera Entrega

Pensó en dejar de tallar mientras sentía arder la piel de sus dedos, ¿a qué hora dejó que sus dedos tallaran en vez del trapo?, no lo sabía. Era poco común que cavilando como lo hacía en ese momento, perdiera la noción sobre la realidad. Era una de las consecuencias de estar a la mitad del abismo: una vez que el universo se precipita sobre sí mismo, la realidad pierde sus límites, todo se vuelve posible, las explicaciones más exageradas son exactamente las que dan en el clavo sobre lo que sucede en torno; el universo pierde su ordenamiento anterior, todo se vicia y uno empieza a actuar diferente. Volvió a posar su mirada sobre la mancha, ahora le parecía una mariposa y el color también le parecía diferente, había pasado de naranja intenso a un rosa pálido, incluso creía que el color era agradable a la vista.


Recordó nuevamente la mujer de rojo frente a ella unos metros antes de llegar al sitio donde siempre regresaba, volvió a recordar cómo la mujer miraba hacia el río y cómo su pelo se movía al ritmo del viento que ella sentía recorrer por su rostro. Volvió a ver a la mujer voltear lentamente y dirigirle su mirada sin mostrar, le parecía, emoción alguna. Esta vez, teniendo otra vez la escena frente a ella, sintió un escalofrío recorrer su espalda y sintió desconcierto... ¿había sentido eso mismo cuando tenía de frente a la mujer? No estaba segura, pero en ese momento le parecía que sí, que la razón por la que había reflexionado en la mirada de la mujer durante el camino de regreso, debía haber sido por la consecuencia emocional que en ella había provocado. El desconcierto que sentía en ese momento estaba íntimamente ligado a descubrir el vínculo que existía entre ella y la mujer, sintió la mirada continua de la mujer sobre sus pasos y su espalda desde aquella torre detrás de la ventana, con un cigarrillo entre los dedos. Se sintió vista (quiso decir desnuda), se sintió traicionada por haber sido partícipe de un juego del que no sabía absolutamente nada, traicionada de formar parte de la cotidianidad de otra persona de la que no sabía ni siquiera el nombre, se sintió tomada, en espíritu, en recuerdo, se sintió alienada al saberse pensada en los silencios que a la mujer se le atravesaban de camino a visitar a sus amigos, mientras la mujer-estatua esperaba a que la pasaran a la oficina, esperando parada en la fila del banco o justo antes de reconocer a una amiga en un lugar concurrido. Sintió rabia enseguida, ¿Cómo se atrevía esa mujer insolente a incluirla de esa manera en algo en lo que ella no quería ser incluida? ¿A qué hora la libertad, su libertad de caminar libremente por donde le placía (y de regresar si quería) se había convertido en pretexto para que otros la alienaran de esa forma? Se vio a sí misma con la mirada de desconcierto de frente a la mujer-estatua regresando sobre sus pasos, quiso encarar a la mujer y correrla del lugar, decirle que se fuera, que su presencia era claramente ajena al río, que su presencia pertenecía a otro lugar y a otro momento; que no quería ser la respuesta a lo que rumiaba desde lo alto detrás de su ventana. Sus manos estaban empuñadas, una de ellas apretaba con fuerza el trapo con el que hasta hace unos momentos limpiaba la tela del sillón; su expresión había mutado a ser la de un animal salvaje enjaulado por meses. Se incorporó de un saltó y de improviso lanzó sus dedos sobre la tela del sillón, frágil de la fricción ejercida. La fuerza del impulso hizo entrar sus uñas y dedos a través de la tela. Sus dedos entraron y salieron varias veces del mueble deformando la mariposa en diversas piezas con formas a las que a nadie le importaba encontrar semejanzas. La tela del sillón quedó abierta como si hubiera sido herida, y dejó salir la esponja que había debajo. La mariposa había desaparecido, sin embargo, la mancha se negaba a desaparecer. Abatida, volvió a sentarse sobre el piso, todavía algunos de sus dedos hacían camino a través de la superficie del sillón. Sentada, su cuerpo comenzó a sufrir una convulsión, espasmos iban y venían de su cuerpo, ascendía de los infiernos. La convulsión duró pocos minutos, el ascenso del abismo fue brutal pero el camino fue corto. El universo acababa de recuperar la estabilidad. Posó su cabeza sobre la herida del sillón.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Segunda Entrega

Si bien la idea le pareció exagerada, enseguida pensó que no podía haber otra explicación. No había visitante habitual más que ella, no había visto a nadie más en el recorrido que había hecho ese día, y la mujer estaba parada justo al final del camino que ella había recorrido durante los últimos dos meses. Seguramente la mujer la había visto antes en el lugar, talvez la observaba algunos días (ahora los papeles se invertían, el cazador se convertía en la presa), y después de haberla observado varios días, decidió bajar y encontrarla de frente. "No hay duda de que es así", pensó.


Esa idea planteaba algunos problemas, sin embargo. El problema más obvio era, claro está, la razón de observarla, y más importante talvez, la razón por la que la mujer hubiera bajado al río para dejarse ser vista por ella. La primera parte no era tan difícil de responder, ¿por qué se queda uno mirando a un desconocido en la calle? ¿por qué se queda uno mirando de frente un edificio o casa o animal cuando nunca lo ha visto antes en su vida? "Por curiosidad, ¿por qué más?", respondió a sus preguntas. Para apreciar algún detalle, algún aspecto del objeto observado, porque la nariz tiene una curvatura nunca antes observada en otra persona, porque la forma de los ojos es hermosa, porque la mano es tan grande que podría muy bien cubrir el propio vientre, porque las baldosas son simétricas, porque la textura del material es llamativa, porque el jardín anima a contemplarlo, porque el animal tiene ojos tan tristes que parecen de anciano. La mujer talvez vivía cerca, talvez conocía a alguien en el vecindario, y alguna vez la había visto por primera ocasión, luego talvez la había olvidado; pero a fuerza de verla cada cierto tiempo, a causa del hábito y la costumbre, se había percatado de su presencia, talvez incluso le había dado un nombre (una definición), "la muchacha del río", "la joven solitaria", "la que viene los martes, jueves y sábados... además del domingo", "la de la expresión nostálgica", u algún otro del estilo. Es decir, la razón de por qué la mujer la había observado en un principio era incidental, era claramente irrelevante. Sin embargo, la segunda parte era mucho más compleja: "¿Por qué la mujer había decidido bajar al río para dejarse ver por mí?", se preguntó. "¿Cómo se formó en su mente la idea de que tenía que ser vista por mí? ¿Con qué objeto?". Esas preguntas requerían una explicación más intrincada. Se imaginaba por ejemplo que la mujer se encontraba viendo a través de la ventana de su casa (o de la ventana de la casa del conocido domiciliado en el vecindario), talvez en ese momento la mujer resolvía algún problema importante de su vida, o talvez simplemente disfrutaba de la vista hacia el río. Talvez fumaba, y cuando no lo hacía, cruzaba los brazos frente a su pecho mirando hacia el río. Talvez meditando sobre su vida y sobre la filosofía, había cruzado por su mirada distraída (abandonada casi totalmente a sus pensamientos) la figura de una persona que se movía allá a lo lejos; una figura que caminaba y luego se detenía a un lado del río, y pasados unos minutos, volvía sobre sus pasos con la misma lentitud con la que había llegado (lentitud que no le venía de lerda, sino de su naturaleza contemplativa). Se imaginaba que la mujer, días después, mirando hacia el mismo lugar, rumiando el mismo pensamiento, la misma impresión o el mismo problema, había notado una figura que creía haber visto, la figura de una persona que se movía allá a lo lejos, cerca del río... de repente un recuerdo vago surgía de su inconsciente para encontrar espacio lentamente en su consciente; esa figura que ahora veía con más atención se disolvía lentamente (casi imperceptiblemente) con aquella otra figura anterior, una figura similar que había dejado registro en su mente, que se había escondido en algún lugar fuera del conocimiento diario de bañarse y levantarse la falda para ir al baño; y que ahora surgía poco a poco para unirse con lo que la mujer veía en ese momento. Las palabras surgirían, "Había visto esa figura antes", habría dicho la mujer. La figura se habría detenido en un lugar cercano a dónde se había detenido días antes, y luego de unos minutos, habría ido de regreso. Días después hubiera ocurrido algo similar, acompañando la escena un cigarrillo que se desvanecía sin ser fumado entre los dedos de la mujer. El hábito y la costumbre de la mujer frente a esa ventaba viendo hacia el río, y el movimiento de aquella lenta figura que llegaba, se detenía y pasados unos minutos volvía sobre sus pasos, habrían obligado a la mujer a notar las diferencias y los detalles; la habrían obligado a notar que la figura no siempre iba con la misma lentitud, que en ocasiones iba más apresurada, se podría decir que la figura caminaba con enojo por ejemplo; la mujer se habría visto obligada a notar la expresión de la figura, una expresión que parecía nostálgica, lejana, como si estuviera unida a algo que no estaba allí (a algo que ya no estaba allí); habría notado la diferencia en la vestimenta, en la curvatura de la espalda (unas veces más abatida que otras), habría notado que algunos días su cabeza se mostraba más altiva, que en otras parecía que se lamentaba, otras que hablaba. De a poco, el problema, impresión o pensamiento que rumiaba durante esas sesiones frente a la ventana con o sin cigarrillo entre los dedos, se volvía menos importante; aquella figura que mutaba se iba introduciendo a su cotidianidad con la misma lentitud con la que se movía; se le aparecía en su pensamiento cuando comía crema o cuando tomaba café por las mañanas, o se le aparecía en su mente justo antes de reconocer a una amiga en un lugar concurrido; el recuerdo de aquella figura femenina se fue apareciendo sin ser llamada, ni esperada (como aquella otra visita inesperada y sorpresiva), se fue haciendo parte de los momentos a solas cuando esperaba a que la pasaran a la oficina, o cuando esperaba en la fila del banco, y de los silencios que se atravesaban de camino a visitar a los amigos. Y en esas sesiones de frente a la ventana con la mirada hacia el río, la figura iba mutando en el pensamiento que rumiaba; una y otro iban pasando de nítido a borroso como imagen tomada con lente limitado: la figura y el pensamiento rumiado formaban parte de la misma escena (de la misma imagen), sin embargo iban cambiando de foco en la medida en que la mujer se concentraba en uno u en la otra, mayor foco a mayor concentración sobre el uno, mientras que la otra se hacía el fondo de la imagen; luego se invertía el foco si la mujer se concentraba sobre la figura, dejando al pensamiento como el fondo. La mujer pensaría que la figura que se había introducido tan sutilmente a sus meditaciones era de hecho la respuesta al pensamiento rumiado con tanta insistencia. La figura había comenzado como un elemento externo, sin embargo, aparecía cada vez que rumiaba el pensamiento... mientras más rumiaba, más frecuentemente aparecía la figura, ergo, la figura debía ser la respuesta al pensamiento. Lo que seguía era fácil de definir, una vez que el objeto que satisfacería el deseo fue identificado, lo que seguía era poseerlo. "Es tan claro todo, que duele", pensó ella. Lo que dolía era la fricción sobre sus dedos. Sin darse cuenta, el trapo se había movido de lugar de tal forma que eran sus dedos los que frotaban directamente sobre la tela manchada del sillón. Había frotado con insistencia que la piel superficial de los dedos se había desprendido, y ardía. Sí, esto también es nítido y claro, esto también duele.

martes, 23 de noviembre de 2010

Primera Entrega

Llevaba cerca de una hora tallando de manera continua sin lograr sacar la mancha que ahora era más bien naranja. Sentada sobre el piso, mientras frotaba con fuerza la superficie del sillón, recordaba cómo esa visita mensual que llegaba sin ser llamada, ni ser bienvenida, le había costado varios accidentes ya. Ninguno tan peligroso como ese que tan afanosamente trataba de esconder. Le molestaba tener que limpiar esa mancha asida con tanto ahínco (un ahínco que ella pensaba le faltaba en su vida cotidiana, “Es extraño”, pensaba, “cómo puedo hacer una mancha que se resiste con tanta fuerza a desaparecer, cuando yo tiendo a salir corriendo cuando las cosas comienzan a ponerse difíciles”). Se concentró nuevamente en la fricción que ejercía sobre el sillón con un trapo que había encontrado debajo del fregadero, el codo se alzó lentamente conforme incrementaba la presión sobre el trapo, en un intento, aparentemente fallido, de hacer desaparecer la mancha más rápido.


Siempre que pensaba en ese tipo de “accidentes” no podía evitar pensar en el instante justo anterior a que ocurriera el evento, el momento en que un suceso (una serie de acontecimientos asidos cronológicamente uno al otro, como si fueran una serie) estaba a punto de ocurrir. Exactamente lo contrario a “acabar de”, serie de palabras que indican esos dos instantes inasibles en los que el universo está al borde de precipitarse sobre sí mismo por un lado, y justo después de que ha recuperado la estabilidad una vez que se hubo precipitado. Tenía algo de excitante ese momento en el que el universo (porque ella era parte del universo) estaba justo en el borde del abismo, a punto de precipitarse sobre sí mismo, ese lugar donde uno no sabe qué sucederá enseguida, y mucho menos qué será lo siguiente a ese “enseguida”. Pensaba en qué tiene que ocurrir para que el universo finalmente se precipite sobre sí mismo y marque el inicio de una serie de acontecimientos cronológicamente asidos uno al otro, cual serie, que desembocarían en un “accidente” tal, que hiciera aparecer en el sillón de tela blanca una mancha roja que se extendería lenta, pero neciamente, cambiando caprichosamente de forma, ora una amiba de libro de primaria, ora un estado de la República.

Últimamente ella misma se había sentido en el borde, era una sensación recurrente a lo largo de su vida, pero esta vez era diferente. Esta vez se sentía realmente en el borde del abismo, y ese “realmente” resaltado con letra cursiva, no se refería a otra cosa más que a ese “a punto de”. Esta vez se sentía en el borde a punto de precipitarse. Esa imagen la hacía sentir fascinada en el sentido de hipnotizada, no veía o escuchaba otra cosa que no fuera el silencio abrumador del abismo, no existía beat tan rápido o voz tan grave que la hubieran distraído.

Tallaba, el codo había caído hacia su costado sin que ella lo hubiera notado. Tallaba, el trapo deslavado friccionando contra la tela blanca de sillón. Ella sabía muy bien de dónde había venido la fuerza que la empujó poco a poco más cerca del borde. No tenía dudas al respecto, incluso podía ubicar ese otro momento preciso donde el universo estuvo a punto de precipitarse, fue el 16 de julio del año anterior.

Ese día iba caminando cerca del río y unos metros antes de llegar al lugar donde siempre daba vuelta para regresar, encontró una mujer que inmediatamente se veía no pertenecía a la escena. Iba vestida de rojo y aunque el vestido no mostraba mucho de su piel, dejaba ver que era una mujer bella. Tenía el cabello suelto que flotaba levemente al ritmo del viento que ella sentía en su cara. Se quedó parada, mirándola, y se sintió incómoda de verla allí, como invadiendo un territorio que ella sentía suyo. La mujer volteó y detuvo su mirada en la suya, no sintió que la mujer hubiera expresado emoción alguna, fue como ver a una estatua moverse.

Regresó sobre sus pasos pensando en la cara de la mujer y cómo volteó hacia ella y la miró sin emoción alguna. Se hubiera podido decir que ni siquiera había indiferencia en la cara de la mujer, nada a lo que ella hubiera podido asirse para poder decir que la mujer la notó en su entorno. Mientras desandaba el camino, pensaba en qué le estaría ocurriendo a la mujer en ese momento, qué pasaba por su mente para que hubiera tenido esa reacción al mirarla. Se imaginaba por ejemplo que estaba allí porque quería pensar sobre un asunto importante o porque buscaba un lugar apartado para resolver un problema complicado de su vida. Luego imaginó que talvez se paró allí a ser observada. "O talvez simplemente", se dijo, "se quedó aquí un rato a disfrutar de la brisa y de la vista sobre el río". Pero una persona que se toma el tiempo de disfrutar de la brisa y de la vista sobre el río sí que muestra emoción, muestra satisfacción, talvez felicidad, sobre lo que ve, sobre la sensación del viento sobre la piel. "No, no es por eso que se paró allí... Fue porque quería ser observada". Era interesante esa idea, le dedicó un buen trecho. "He venido a este lugar, a caminar el mismo tramo durante los últimos 2 meses", pensó. Había encontrado accidentalmente esa parte de la ciudad en sus caminatas durante los fines de semana. Es cierto que se había cruzado con algún transeúnte, con el que había compartido alguna mirada, incluso una sonrisa, a lo largo de esos meses; pero nunca había visto a algún visitante habitual, al menos no lo recordaba. "Si la mujer quería ser vista por alguien, tenía que ser por alguien que supiera estaría allí... A menos que fuera un juego, algo así como un acuerdo con la persona que la veía, observador y objeto observado en acuerdo para coincidir en ese lugar en ese momento, yo sólo resulté un tercero que no debió haber aparecido". Pero no recordaba haber visto a nadie en el camino, ni cerca de la ribera del río, ni por encima de él, ningún visitante habitual, como el resto de los días durante aquellos dos meses. "Quería ser vista por alguien que ella sabía iba a estar allí, la mujer estaría jugando a tener un encuentro fortuito con el observador, la mujer se sabía vista, pero el observador no lo sabría hasta encontrarla". Era como cazar al revés, era la presa la que se dejaba encontrar en tranquila pose por un cazador sorprendido. "Sí, eso era, quería ser vista por alguien que la encontraría allí sin saberlo". Imaginó entonces que el observador tenía que ser un hombre de carácter sanguíneo, conversación cortante; un hombre que a todas luces la quería por razones obvias. "Pero, ¿dónde estaba semejante hombre?" pensó, mientras volteaba buscando al observador. "Nadie... ¿será posible que una mujer tan fría quisiera ser observada por un hombre de ese tipo?... No, no era posible, era casi la mujer opuesta por la que un hombre así se fijaría. No, el observador era alguien más..."

Ya no tallaba, había detenido su mano sin darse cuenta, pensó incluso que la tela se había secado. Se paró por jabón líquido y volvió a humedecer el trapo. Regresó armada nuevamente para atacar la mancha que luchaba por quedarse. Volvió a concentrarse en la mancha, se dio cuenta con sorpresa que la mancha se había extendido más a consecuencia de la frotación que había ejercido, pero al mismo tiempo había disminuido la intensidad de color, la mancha extendía su presencia y al mismo tiempo se hacía más sutil a la vista. Aplicó jabón sobre la tela del sillón, un poco más sobre el trapo, y volvió a la mancha. Tallaba, su codo comenzó a aligerar la tensión. Recordó que en aquél momento había sentido algo parecido a un escalofrío: "Soy yo el observador.... la observadora, yo era la única visitante habitual del lugar, era a mí a quién buscaba... era de mí de quién buscaba la mirada".

jueves, 18 de noviembre de 2010

"Fisherman's woman" de Emiliana Torrini

I'm pretending to be a good fisherman's woman
Just like Anna Ingunn's mom
The gladiator of all fisherman's wives
Makes it a lot easier thinking of you
On the sea where you have to be a month at a time
Working hard in the day
Your hands cracking from the cold and the salt
In the night when you go to bed
You try to sleep by listening to the boat breathing
The boat breathing
And the only thing
The only thing you can think of is me
Waiting for you by the window
With the brightest red lipstick on my lips
Just like Anna waits for her man
How will I learn
I'll wait

lunes, 15 de noviembre de 2010

viernes, 29 de octubre de 2010

Quisiera ser hombre: quiero asumir la realidad como es, definir lo que se ve confuso. Quiero abrazar esa identidad como si abrazara una nueva fe, con el deseo de dejar de ser lo que soy, lo que creo cierto. Definir y determinar, imponer sobre el factum la voluntad de la razón, la determinación tosca y violenta de la estructura mental construida en base a prejuicios. Quisiera deshacer la diferencia entre lo que soy y lo que quisiera ser, desechar esto que llevo cargando a todas partes, costal que lo mismo sirve de cómodo asiento que de barrera. A pesar de ese deseo, no encuentro manera de desandar el camino, regresar al origen y caminar en otra dirección. No deseo el cambio físico, sino adquirir otra forma de observar y de juzgar, otra forma de absorber al mundo y a las personas. No cambiar de piel, sino de corazón.

domingo, 17 de octubre de 2010

La palabra

Escribo que escribo. Escribo que escucho, escucho que escribo. Escribo que bebo, bebo lo que escribo. Y de repente, una idea, flotando por el cuarto blanco, volando lerda, paciente, como detenida en el tiempo, llega a mi cabeza. Se introduce lentamente, como si no quisiera, como si le costara trabajo, por un oído y luego por el otro hasta que logra entrar. Se introduce en esas células, camina al ritmo de las descargas eléctricas por las que se trasmite la información. Muta, se transforma, se le añaden recuerdos, lecturas, vivencias, vicios y prejuicios, se le extraen otras partes adheridas sólo débilmente. Finalmente, algo medio concreto, algo que se puede llamar pensamiento y posteriormente palabra.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

De repente me siento triste. Triste de no estar cerca, triste de pensarte todo el tiempo sin poder decirte nada concreto... y todo se reduce a eso, a que cada pensamiento y sensación que proyecto en ti termina difuminándose en la nada, por que me estoy haciendo las ilusiones de que talvez sí... pero creo que más bien talvez no.

Y quiero hablar y decirte que pasó esto o que pasó lo otro, pero cuando estás de frente me pierdo pensando en cómo no es concreto sino difuso... en cómo talvez no, a pesar de que yo creo que talvez sí.

Luego pienso que más bien debo poner atención a lo que ocurre frente a mí, a lo que dices, a los matices (dicen)... pero no vale la pena concentrarse en los matices si la cosa general no es como me gustaría que fuera, ¿vale la pena dedicar tiempo a lo que sólo es difuso? Sólo porque me hago las ilusiones de que será en algún momento concreto.

miércoles, 26 de mayo de 2010

De amores y reflejos

Capítulo 1. Un truco mental.
No eres tú... Es un truco mental, me doy cuenta. No eres tú, sino los momentos de lucidez que provocas en mi mente... como si fueran sucios trucos mentales. Es tu música la que habla de un vagabundo, la que dice acerca de no tener miedo, y acerca de qué sería la vida sin algunos errores. Enseguida me muestras una fotografía donde, por intervención de misteriosa magia tecnológica, tu imagen se confunde con el tronco de un árbol, como si nacieras de él. Luego, parece que me hablas de libertad, más bien es libertad lo que entiendo cuando hablas. No eres tú, sino lo que mi mente refleja en tu mirada.

Capítulo 2. De mujeres mezquinas y hombres violentos.
Soy mezquina: así como algunos hombres no son capaces de amar a una mujer más que violentándola, así algunas mujeres no somos capaces de amar a un hombre más que tomando su aliento, cortando sus alas, quitándole la poca libertad que han podido arrebatar a la sociedad (al alquitrán social).

Capítulo 3. Tu aliento.
No tengo derecho a tus alas, ni a tu aliento, no obstante intento apropiarme de tu individualidad porque tengo miedo a tomar la mía. No tengo la paciencia para esperar a estar al borde del abismo, tampoco la confianza de que, llegado el momento, seré capaz de lanzarme, sin más escudo que mi corazón y mis palabras. No tengo la confianza de que, una vez viendo de frente el abismo, pueda lanzarme y no regresar cobardemente a abrazar las tradiciones, tomar a alguien como esposo para darle a cambio mi vientre para que reproduzca en él a su especie.

Capítulo 4. Las (mis) batallas.
Me rehúso a quitarte tu ánimo, ese que tanto te cuesta recuperar cada vez que despiertas por las mañanas. No quiero tu aliento, sino el mío. Y ello implica una lucha contra ti, contra esa mitad de tu cuerpo que sigue metido en el alquitrán; y contra mí, por reprimir la mujer-niña que se cruza de piernas cuando se sienta, que usa tacones y que se viste con colores que le sientan bien a su color de piel.

Post-scriptum.
No sé si lograré ganar esa guerra... pero sé que puedo decirte que tu aliento debes de conservarlo para ti.

sábado, 27 de febrero de 2010

Estaba sentada con las piernas abiertas...

Estaba sentada con las piernas abiertas, en medio de ellas un barrote de los muchos que había a lo largo del puente peatonal en el que me había detenido a contemplar el tránsito de los vehículos ese viernes por la noche: muchas luces y sombras, pocos rostros y pasos apresurados. Pensaba en la bonita parábola que haría mi cuerpo si cayera del puente, talvez caería de cabeza sobre el asfalto o imprudentemente sobre el capote de algún auto con dueño sobresaltado por el espectáculo. Pensaba también en lo bonito que se verían mi tacones si por el movimiento oscilatorio con que movía mis piernas, salieran volando hacia allá, hacia la avenida, como un pájaro que volara sin poner atención en el rumbo. Estaba tranquila, como había estado los días anteriores.

Unos pasos al principio apresurados se fueron haciendo más lentos conforme los escuchaba más cerca. Se detuvieron a poca distancia de mí. Mi acompañante era un hombre de alrededor de 40 años, estómago aguado, y vestido de oficina, como de esos que uno ve por la calle dirigiéndose con otros como él hacia alguna cantina, o de regreso a sus casas. El hombre veía hacia allá, abajo, hacia la negrura del asfalto, los ojos se le encogían con la intensidad de las luces de los autos. Se acuclilló justo a un lado de mí y empezó a hablar de cosas que de tan importantes las he olvidado ya. Sentí miedo por desconfianza, el mismo que siente una mujer sola en las calles nocturnas de este país, en esas calles la compañía no siempre hace el camino más seguro. El hombre no me veía y no se dirigía a mí, le hablaba a alguien allá abajo, le decía sobre la soledad y la compañía, sobre la noche y las luces, sobre la filosofía y la literatura, sobre todo y nada.

El hombre se sentó, y entonces aterrizó sobre mí su palabra y su mirada. Hablamos de cosas mundanas, de ti y de mí, de él y de ellos. Empecé a disfrutar su plática y su mirada, encontré a mi padre. No había mucha luz en el lugar donde estábamos, no veía con claridad sus rasgos ni sus movimientos. Luego de varios minutos, diez o veinte, o los mismos de la eternidad, vi que su mano insistía en recorrer su entrepierna, primero con suavidad, luego con mayor intensidad, su mirada se volvía hacia mí con insistencia, luego puso su mano sobre mi pierna y la recorrió en burda caricia, me acercó con fuerza hacia él e intento someterme. Volví a sentir miedo y desee largarme. De alguna forma logré zafarme y a pesar del miedo, lo miré y dije: “¿Para eso se sentó? Se hubiera comprado una puta y así no tenía que aburrirla.” Para el “puta” ya estaba sobre mis pies y el miedo se había convertido en coraje, un coraje que venía de la falta de entendimiento. ¿No podía sólo sentarse y compartir conmigo la noche y las luces, la avenida y el asfalto? Me alejaba cuando el hombre gritó, “Tú eres mi puta”. Metí mis manos a los bolsillos de mi chamarra y apreté con fuerza el pico que llevaba conmigo para protegerme. Nunca había tenido que usarlo, pero conforme empuñaba el pico dentro de mi ropa crecía el deseo de regresar y clavarlo sobre la espalda del hombre que había dejado atrás. Quería ver su cara retorcerse de dolor, ver el gesto de arrepentimiento por haber intentado someterme, así como yo me había arrepentido de haber confiado en la seguridad de la noche y las luces, deseaba con ansia vengarme de que me hubiera hecho pensar que yo no podía disfrutar de las calles como otros lo hacían.

El temor de las consecuencias me detuvo de regresar, pero el deseo de venganza se quedó conmigo. Había bajado del puente y caminaba sobre la avenida. Iba ensimismada pensando en lo ocurrido, en cómo había logrado zafarme, y en cómo no me había regresado a clavar el pico en la espalda de ese hombre. No presté atención al obrero que venía caminando en la acera de enfrente, tampoco vi que cambió de acera poco antes de pasarnos uno frente al otro. Me di cuenta de su presencia cuando nos alejaban diez metros de distancia. Nos miramos y yo titubé en cruzarme la calle. El miedo volvió, así como el deseo de venganza y de regresarme y clavar el pico en la espalda de aquél infausto hombre. Caminamos hasta que estuvimos casi de frente, él se acercó rápidamente a mí y sin tocarme me dijo sobre sus deseos sobre mi cuerpo. Lo siguiente que vi fue su cara de dolor y lo que imaginé sería el gesto de un hombre que no entendía bien qué era lo que pasaba. El pico se ensañó varias veces sobre sus carnes, se metió en su pecho y en su estómago, incluso en su cuello y en su boca. El obrero se recostó sobre la calle, débil, solo, sin nadie que le ayudara, como si fuera un pedazo de carne tirado a mitad de la avenida. Agonizaba, pero yo no escuché ningún sonido que oliera a muerte, el hombre decidió morir en silencio.

Me alejé del lugar. No sentía placer ni satisfacción, otras carnes habían recibido abnegadamente el pico. El deseo de venganza no se quedó con el muerto, me siguió esa noche hasta mi cama. Me sigue todavía.

NO QUIERO SER UN CUERPO

Y entonces digo: ya es suficiente, y caigo en cuenta de que los nombres pueden ser intercambiados por el mío, por el de ésta otra, y por el de aquélla. Pudimos ser nosotras en vez de ellas (¿o podemos?). Pudimos haber sido ellas, y ellas hubieran podido ser nosotras. Somos intercambiables en nombre, en cuerpo, en condición; simples y llanos objetos, cuerpos. No ser objetos, o mejor aún, NO QUIERO SER UN CUERPO. Así, con un grito... que no siempre es de fuerza o de entusiasmo, sino de desesperación.

Para Ulises

Comienzo con una afirmación que más bien es conjetura, hoy es un buen día; el efecto de transformación de la conjetura en afirmación viene del optimismo, y de las ilusiones que me hago de la vida y de ti. En vez de lanzarme hacia la incertidumbre con una pregunta, ¿es hoy un buen día?, me lanzo hacia adelante (o hacia atrás, para el caso la dirección da lo mismo) con una afirmación que inmediatamente me provoca una felicidad infantil... la misma que da cuando siendo niño uno recibe una paleta, o se da cuenta que hay en casa la comida preferida, o que lo llevarán al circo. Una felicidad tonta entonces que viene de aquella transformación de la conjetura en afirmación. Y creyendo tal afirmación, uno ve el sol más amarillo, siente el calor más cálido, observa a la gente más amable, y en fin, el futuro tiene un mejor olor y una mejor apariencia, es decir, el sentido crítico se vuelve parco, torpe... mis ilusiones lo relegan a un lado, como quien no quiere, como quien se instala en el asiento a primera vista pequeño entre dos pasajeros, pero que con el paso del tiempo y con la fuerza de gravedad, va abriéndose paso hasta instalarse totalmente. Como quien no quiere te fuiste instalando, así de a poco fuiste entrando, dejando marcas aquí y allá, para que de vez en cuando mi pensamiento se fuera hacia ti y se hiciera las ilusiones de la compañía y el tiempo contigo y sin ti, y la vida juntos... Y luego, ya que el sentido crítico había salido de vacaciones, mi voluntad me hacía buscarte, o buscarlos cerca de ti, y leerte, y pensarte e imaginarte, cómo sería si esto y cómo sería si esto otro. Y una vez que la voluntad obedece a otro que no es el sentido crítico, comienza la transformación de la conjetura en afirmación, de la duda en respuesta. Y tal transformación es más como un pequeño terremoto, ayudado por las muertes pequeñas por la noche o por las tardes luego de dormir. Ese terremoto que es movimiento y energía y emoción, pero que al mismo tiempo es el antecedente de la catástrofe, el momento previo a la pasión, a la lágrima, a lo gris, al agua, a la negación de ti. Entonces quiero convertir esa afirmación en conjetura, volverla lo que era, jalar de regreso al que se fue de vacaciones, para no lanzarme con la seguridad del tonto. Hacerlo no es un ejercicio mental, sino físico, porque esa re-transformación al estado anterior implica sentarse a escribir, y ponerse a escuchar canciones grises, para hacerse a la idea de que la afirmación es duda, y no al revés. Y todo porque te encontré, y me hice las ilusiones de la compañía, y del tiempo contigo y sin ti, y la vida juntos...