jueves, 27 de enero de 2011

Espejos

Cuando despertó sintió fuertes pulsadas en el cuello y la espalda, no sabía cuánto tiempo habría pasado dormida en esa posición. Se encontró acostada de lado sobre el suelo, con las piernas recogidas sobre su cuerpo y los brazos extendidos a medias. Percibía un fuerte olor a alcohol y sentía su boca como si no la hubiera lavado en más de un día, su cabeza le explotaba. Sentía como si la hubieran golpeado. La luz del lugar le incomodó cuando abrió los ojos, era una luz blanca e intensa que le hizo sentir que estaba bajo un microscopio. Se incorporó y quedó apoyada sobre su brazo derecho, todavía con los ojos cerrados. Se talló la cara con la mano izquierda, notó que su mano olía mal, como si hubiera estado tocando algún objeto sucio.

Cuando pudo abrir los ojos, intentó reconocer el lugar. No había nadie (curioso que lo primero que hubiera notado era la ausencia de personas, dado que mostraba tanta indiferencia cuando estaba en público). Escuchaba un intenso sonido agudo que parecía venir de los bulbos de las lámparas del techo. Se concentró en el sonido durante algunos segundos, lo que provocó que el dolor en la cabeza se intensificara. Las paredes y el mosaico del lugar eran blancos, lo que hacía el lugar insoportable visualmente, las paredes y el suelo reflejaban la blancura y el brillo de la luz. Desde donde estaba veía una hilera de puertas que se abrían a lo largo de dos de las paredes del lugar, por debajo de las puertas alcanzó a notar las curvilíneas figuras de varios retretes que seguían la misma disposición de las puertas. Pensó que el lugar era muy grande en comparación con los baños que recordaba haber visto antes, al menos veía treinta puertas a cada una de las cuales correspondía un retrete, pensó que así sería cagar en la era industrial: en serie.

No recordaba por qué había llegado allí, tampoco por qué razón se había quedado dormida, o en qué situación se encontraba antes de llegar al baño. Por el fuerte olor a alcohol y a podredumbre que percibía en su boca, suponía que había estado tomando (¿en alguna fiesta? ¿sola? ¿en un bar? ¿en su casa o en la de alguien más?). La razón de cómo o por qué había llegado allí, la desconocía. Trató de ponerse en pie para darse cuenta que las pulsadas del cuello y espalda se extendían por todo su cuerpo. El movimiento hizo que el dolor de la cabeza aumentara, la presionó contra sus manos, como si eso pudiera detener el dolor. Dirigió sus manos hacia su cadera y las apoyó sobre los costados, volvió su cara hacia el suelo con los ojos apretados, tratando de hacer una evaluación general sobre dónde estaba el dolor y cuál sería su origen. Además del cuerpo, sentía dolor en la cara. En ese momento notó que sobre el piso, donde había estado su cara, había algunas manchas de sangre secas (¿cuánto tiempo había pasado como para la sangre se hubiera secado?). No pudo ubicar el origen del dolor que sentía, decidió tratar de olvidarlo.

Observó a su alrededor. Además de las puertas y los retretes (ahora sólo podía ver aquéllos donde la puerta estaba totalmente abierta), había una hilera de lavabos blancos, por encima de cada uno volaba un espejo. El que los espejos “volaran” era sólo una forma de decirlo, estaban empotrados en el techo, sin embargo le gustó la idea de los espejos volando sin ninguna clase de sostén más que su propia voluntad de quedarse encima de un lavabo.

Trató de ubicar su imagen en la hilera de espejos. Volteó su mirada hacia el espejo que quedaba justo frente a ella, y lo único que vio fue el suelo. Tardó cerca de diez minutos para darse cuenta que lo que veía era el suelo del otro lado de la hilera de lavabos-espejos. Los lavabos no estaban uno junto al otro, estaban separados uno del otro aproximadamente la misma distancia que medía un lavabo de ancho, de tal forma que la hilera de lavabos era en realidad una hilera de lavabos y espacios vacíos. Había un espejo de treinta por cincuenta centímetros encima de cada lavabo, lo que dejaba suficiente espacio entre ellos para que uno viera hacia el otro lado de la hilera de lavabos-espejos. Sin embargo, el hecho de que todo el lugar era blanco y que los espejos no tuvieran marco, daba la impresión de que entre los lavabos hubiera otro espejo que reflejaba la pared y mosaico blancos que uno estaba pisando. Buscaba su imagen en un espacio vacío que le dejaba ver el mosaico del otro lado de la hilera.

Perdió interés por su propia imagen, entró a uno de los baños, cerró la puerta (uno no puede evitar ciertos hábitos), desabrochó su pantalón, lo bajó sobre sus piernas, bajó el resto de su ropa y se sentó sobre el retrete. Estuvo varios minutos sentada. Volvió a vestirse y salió. Quiso revisar su cara. Caminó siguiendo la hilera de lavabos-espejos y se detuvo a la mitad. Volvió sobre sus pasos caminando de espalda. Observar cómo su imagen se reflejaba en los espejos y luego se perdía, luego volvía a aparecer en el siguiente espejo, para desaparecer nuevamente, llamó mucho su atención. Era como verse en fragmentos (como cuando Artemio Cruz se vio reflejado en la bolsa de su mujer). Volvió a caminar viendo cómo su imagen aparecía y desaparecía al ritmo de sus pasos, más rápido caminaba, más rápido aparecía su imagen ante sus ojos. Finalmente se detuvo frente a uno de los espejos y contempló su rostro. Vio ojeras, la piel maltratada, la cara sucia, y una herida abierta en su labio inferior. No le llamó eso la atención, lo que le atrajo fue su mirada, se vio a sí misma triste y abatida, pero notó en su expresión algo más, era una mirada como de una persona perdida que busca ayuda. Por alguna razón, vino a su mente el recuerdo de cuando se encontraba en la isla deshabitada en la mitad del océano, o el recuerdo de cuando se encontraba en el desierto en medio de la nada, y sin conocimiento de algún pueblo cercano. Nunca había estado realmente en isla deshabitada alguna o en medio del desierto, sin embargo, eran las dos imágenes con las que asociaba la desolación, lo que queda después de la destrucción. Recordó que cuando era adolescente le atraía la idea de la destrucción, y creía que después de ella venía la tranquilidad, la calma. Entonces sonreía, pensaba que eso era la paz eterna. Creía que la destrucción era la extinción total, el fin de la conciencia del sujeto sobre su condición humana. Ahora eso le parecía una ingenua ilusión. La terrible realidad es que luego de la destrucción queda la desolación, el sujeto se encuentra a sí mismo con la capacidad de destruir a sus semejantes e incluso a sí mismo, pero no con la capacidad de salvarse de su propia existencia. El sujeto conoce el poco amor y respeto que siente por su condición humana al enterarse que puede lastimarse al punto de convertirse en ruinas, pero no hacerse desaparecer. Lo que le queda al sujeto es la decepción y la lástima, las ruinas y el hedor a muerte y a podredumbre.

Salió de sus propios pensamientos y trató de buscar su imagen nuevamente en el espejo para tratar se asirse a la intensidad del dolor que era su único vínculo con su existencia. Lo único que vio fue el mosaico blanco que ella pisaba, estaba segura que estaba frente a un espejo, nunca pudo recuperar su imagen.

sábado, 1 de enero de 2011

Manifiesto contra el abandono materno

Te siento renacer en cada persona que conozco... eres como el ser universal que existe en el resto de universo que queda en mí. Te busco en cada mujer que conozco, y en la sensibilidad masculina que encuentro. No quiero dormir porque temo perderte en esta vorágine de recuerdos, de caras, de tristezas y de lágrimas. Todo junto como si la humanidad entera viviera en mi insomnio y en mis pocas ganas de dejarlo todo para poder descansar al menos unas horas.

Tengo miedo de perderte... como si las ganas que siento de llorar pudieran compensar la ausencia de tus palabras y de tu voz. Te necesito como me necesito a mí a media noche. Ojalá pudiera ser tú y yo al mismo tiempo, para sentir al menos que esta agua que sale de mis ojos es una experiencia real y no sólo un sueño.

Quiero descansar; encontrar finalmente un lugar dónde quedarme para recordar todas las veces que me (te) perdí sin sentirlo. Quiero encontrar un lugar dónde poder enterrar estas lágrimas. Te extraño en cada paso que doy, en cada decisión que tomo; tu ausencia determina los momentos en los que siento miedo.

Ojalá hubiera alguna forma verbal para poder expresar que tu ausencia es eterna, que estaba/está/estará presente.