martes, 30 de noviembre de 2010

Tu imagen

Fui reconstruyendo tu imagen a partir de su mirada. Fue como conocerte a partir de sus palabras, de sus historias, a partir de los fantasmas que lo persiguen, esos que cuelga de pasada a los que se quedan con él, para hacerse más ligera la carga, para hacerse el camino más llevadero.


Fui conociéndote como a una hermana al mismo tiempo que como mi reflejo, como las dos Fridas, una de blanco, la otra de azul, unidas por un lazo de sangre... imagen que duele, que hace girar la mirada hacia otro lado.

Fui conociendo tu conversación a partir de los silencios que dejaste en su plática, en los temas que no tocó, en los juicios que no hizo, en las suposiciones que me puso encima sobre temas que no conocía de mí.

Fue como aprender materia en la oscuridad, como caminar a tientas, tocándolo todo hasta que poco a poco tomaste forma. Fue como conocer a dos personas a través de una. Lo reconocí a él en la superficie, te reconocí a ti en los surcos, en las frases sin terminar, en las preguntas sin hacer, en los comentarios sin motivación aparente. Fue tu ausencia una presencia constante.

Enseguida el camino, que no es otro más que tú, se bifurca: si era tu ausencia presencia constante, fue así por la fuerza del lazo que lo ha unido a ti, vínculo al que se ha asido con fuerza, esperanza que no ha soltado, ave que ha encerrado para su contemplación egoísta.

La otra parte del camino es más sutil, menos nítida. Fuiste como el Homero de Borges, múltiple: no fuiste hermana, sino hermanas. No hubo una sola, sino varias, talvez todas. Juntas, reflejadas en la misma mirada, en los mismos silencios y en la misma conversación; me vi en el espejo de sus palabras reflejada infinitamente hacia el pasado, ese pasado que lo incluye todo, que incluye a todos Ellos en los que Ellas se vieron reflejadas multiplicadas.

Post scriptum.

Yo también he encerrado aves para mi contemplación egoísta. También tengo fantasmas de presencia constante, sin embargo para mí no son nuevos, de tanto seguirme se han vuelto inofensivos. Él también los fue conociendo en los espacios que dejé en blanco y en los lugares a los que no me aventuré. Fuimos cargando ambos con los muertos del otro, ahora que acaba, lo entiendo.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Tercera Entrega

Pensó en dejar de tallar mientras sentía arder la piel de sus dedos, ¿a qué hora dejó que sus dedos tallaran en vez del trapo?, no lo sabía. Era poco común que cavilando como lo hacía en ese momento, perdiera la noción sobre la realidad. Era una de las consecuencias de estar a la mitad del abismo: una vez que el universo se precipita sobre sí mismo, la realidad pierde sus límites, todo se vuelve posible, las explicaciones más exageradas son exactamente las que dan en el clavo sobre lo que sucede en torno; el universo pierde su ordenamiento anterior, todo se vicia y uno empieza a actuar diferente. Volvió a posar su mirada sobre la mancha, ahora le parecía una mariposa y el color también le parecía diferente, había pasado de naranja intenso a un rosa pálido, incluso creía que el color era agradable a la vista.


Recordó nuevamente la mujer de rojo frente a ella unos metros antes de llegar al sitio donde siempre regresaba, volvió a recordar cómo la mujer miraba hacia el río y cómo su pelo se movía al ritmo del viento que ella sentía recorrer por su rostro. Volvió a ver a la mujer voltear lentamente y dirigirle su mirada sin mostrar, le parecía, emoción alguna. Esta vez, teniendo otra vez la escena frente a ella, sintió un escalofrío recorrer su espalda y sintió desconcierto... ¿había sentido eso mismo cuando tenía de frente a la mujer? No estaba segura, pero en ese momento le parecía que sí, que la razón por la que había reflexionado en la mirada de la mujer durante el camino de regreso, debía haber sido por la consecuencia emocional que en ella había provocado. El desconcierto que sentía en ese momento estaba íntimamente ligado a descubrir el vínculo que existía entre ella y la mujer, sintió la mirada continua de la mujer sobre sus pasos y su espalda desde aquella torre detrás de la ventana, con un cigarrillo entre los dedos. Se sintió vista (quiso decir desnuda), se sintió traicionada por haber sido partícipe de un juego del que no sabía absolutamente nada, traicionada de formar parte de la cotidianidad de otra persona de la que no sabía ni siquiera el nombre, se sintió tomada, en espíritu, en recuerdo, se sintió alienada al saberse pensada en los silencios que a la mujer se le atravesaban de camino a visitar a sus amigos, mientras la mujer-estatua esperaba a que la pasaran a la oficina, esperando parada en la fila del banco o justo antes de reconocer a una amiga en un lugar concurrido. Sintió rabia enseguida, ¿Cómo se atrevía esa mujer insolente a incluirla de esa manera en algo en lo que ella no quería ser incluida? ¿A qué hora la libertad, su libertad de caminar libremente por donde le placía (y de regresar si quería) se había convertido en pretexto para que otros la alienaran de esa forma? Se vio a sí misma con la mirada de desconcierto de frente a la mujer-estatua regresando sobre sus pasos, quiso encarar a la mujer y correrla del lugar, decirle que se fuera, que su presencia era claramente ajena al río, que su presencia pertenecía a otro lugar y a otro momento; que no quería ser la respuesta a lo que rumiaba desde lo alto detrás de su ventana. Sus manos estaban empuñadas, una de ellas apretaba con fuerza el trapo con el que hasta hace unos momentos limpiaba la tela del sillón; su expresión había mutado a ser la de un animal salvaje enjaulado por meses. Se incorporó de un saltó y de improviso lanzó sus dedos sobre la tela del sillón, frágil de la fricción ejercida. La fuerza del impulso hizo entrar sus uñas y dedos a través de la tela. Sus dedos entraron y salieron varias veces del mueble deformando la mariposa en diversas piezas con formas a las que a nadie le importaba encontrar semejanzas. La tela del sillón quedó abierta como si hubiera sido herida, y dejó salir la esponja que había debajo. La mariposa había desaparecido, sin embargo, la mancha se negaba a desaparecer. Abatida, volvió a sentarse sobre el piso, todavía algunos de sus dedos hacían camino a través de la superficie del sillón. Sentada, su cuerpo comenzó a sufrir una convulsión, espasmos iban y venían de su cuerpo, ascendía de los infiernos. La convulsión duró pocos minutos, el ascenso del abismo fue brutal pero el camino fue corto. El universo acababa de recuperar la estabilidad. Posó su cabeza sobre la herida del sillón.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Segunda Entrega

Si bien la idea le pareció exagerada, enseguida pensó que no podía haber otra explicación. No había visitante habitual más que ella, no había visto a nadie más en el recorrido que había hecho ese día, y la mujer estaba parada justo al final del camino que ella había recorrido durante los últimos dos meses. Seguramente la mujer la había visto antes en el lugar, talvez la observaba algunos días (ahora los papeles se invertían, el cazador se convertía en la presa), y después de haberla observado varios días, decidió bajar y encontrarla de frente. "No hay duda de que es así", pensó.


Esa idea planteaba algunos problemas, sin embargo. El problema más obvio era, claro está, la razón de observarla, y más importante talvez, la razón por la que la mujer hubiera bajado al río para dejarse ser vista por ella. La primera parte no era tan difícil de responder, ¿por qué se queda uno mirando a un desconocido en la calle? ¿por qué se queda uno mirando de frente un edificio o casa o animal cuando nunca lo ha visto antes en su vida? "Por curiosidad, ¿por qué más?", respondió a sus preguntas. Para apreciar algún detalle, algún aspecto del objeto observado, porque la nariz tiene una curvatura nunca antes observada en otra persona, porque la forma de los ojos es hermosa, porque la mano es tan grande que podría muy bien cubrir el propio vientre, porque las baldosas son simétricas, porque la textura del material es llamativa, porque el jardín anima a contemplarlo, porque el animal tiene ojos tan tristes que parecen de anciano. La mujer talvez vivía cerca, talvez conocía a alguien en el vecindario, y alguna vez la había visto por primera ocasión, luego talvez la había olvidado; pero a fuerza de verla cada cierto tiempo, a causa del hábito y la costumbre, se había percatado de su presencia, talvez incluso le había dado un nombre (una definición), "la muchacha del río", "la joven solitaria", "la que viene los martes, jueves y sábados... además del domingo", "la de la expresión nostálgica", u algún otro del estilo. Es decir, la razón de por qué la mujer la había observado en un principio era incidental, era claramente irrelevante. Sin embargo, la segunda parte era mucho más compleja: "¿Por qué la mujer había decidido bajar al río para dejarse ver por mí?", se preguntó. "¿Cómo se formó en su mente la idea de que tenía que ser vista por mí? ¿Con qué objeto?". Esas preguntas requerían una explicación más intrincada. Se imaginaba por ejemplo que la mujer se encontraba viendo a través de la ventana de su casa (o de la ventana de la casa del conocido domiciliado en el vecindario), talvez en ese momento la mujer resolvía algún problema importante de su vida, o talvez simplemente disfrutaba de la vista hacia el río. Talvez fumaba, y cuando no lo hacía, cruzaba los brazos frente a su pecho mirando hacia el río. Talvez meditando sobre su vida y sobre la filosofía, había cruzado por su mirada distraída (abandonada casi totalmente a sus pensamientos) la figura de una persona que se movía allá a lo lejos; una figura que caminaba y luego se detenía a un lado del río, y pasados unos minutos, volvía sobre sus pasos con la misma lentitud con la que había llegado (lentitud que no le venía de lerda, sino de su naturaleza contemplativa). Se imaginaba que la mujer, días después, mirando hacia el mismo lugar, rumiando el mismo pensamiento, la misma impresión o el mismo problema, había notado una figura que creía haber visto, la figura de una persona que se movía allá a lo lejos, cerca del río... de repente un recuerdo vago surgía de su inconsciente para encontrar espacio lentamente en su consciente; esa figura que ahora veía con más atención se disolvía lentamente (casi imperceptiblemente) con aquella otra figura anterior, una figura similar que había dejado registro en su mente, que se había escondido en algún lugar fuera del conocimiento diario de bañarse y levantarse la falda para ir al baño; y que ahora surgía poco a poco para unirse con lo que la mujer veía en ese momento. Las palabras surgirían, "Había visto esa figura antes", habría dicho la mujer. La figura se habría detenido en un lugar cercano a dónde se había detenido días antes, y luego de unos minutos, habría ido de regreso. Días después hubiera ocurrido algo similar, acompañando la escena un cigarrillo que se desvanecía sin ser fumado entre los dedos de la mujer. El hábito y la costumbre de la mujer frente a esa ventaba viendo hacia el río, y el movimiento de aquella lenta figura que llegaba, se detenía y pasados unos minutos volvía sobre sus pasos, habrían obligado a la mujer a notar las diferencias y los detalles; la habrían obligado a notar que la figura no siempre iba con la misma lentitud, que en ocasiones iba más apresurada, se podría decir que la figura caminaba con enojo por ejemplo; la mujer se habría visto obligada a notar la expresión de la figura, una expresión que parecía nostálgica, lejana, como si estuviera unida a algo que no estaba allí (a algo que ya no estaba allí); habría notado la diferencia en la vestimenta, en la curvatura de la espalda (unas veces más abatida que otras), habría notado que algunos días su cabeza se mostraba más altiva, que en otras parecía que se lamentaba, otras que hablaba. De a poco, el problema, impresión o pensamiento que rumiaba durante esas sesiones frente a la ventana con o sin cigarrillo entre los dedos, se volvía menos importante; aquella figura que mutaba se iba introduciendo a su cotidianidad con la misma lentitud con la que se movía; se le aparecía en su pensamiento cuando comía crema o cuando tomaba café por las mañanas, o se le aparecía en su mente justo antes de reconocer a una amiga en un lugar concurrido; el recuerdo de aquella figura femenina se fue apareciendo sin ser llamada, ni esperada (como aquella otra visita inesperada y sorpresiva), se fue haciendo parte de los momentos a solas cuando esperaba a que la pasaran a la oficina, o cuando esperaba en la fila del banco, y de los silencios que se atravesaban de camino a visitar a los amigos. Y en esas sesiones de frente a la ventana con la mirada hacia el río, la figura iba mutando en el pensamiento que rumiaba; una y otro iban pasando de nítido a borroso como imagen tomada con lente limitado: la figura y el pensamiento rumiado formaban parte de la misma escena (de la misma imagen), sin embargo iban cambiando de foco en la medida en que la mujer se concentraba en uno u en la otra, mayor foco a mayor concentración sobre el uno, mientras que la otra se hacía el fondo de la imagen; luego se invertía el foco si la mujer se concentraba sobre la figura, dejando al pensamiento como el fondo. La mujer pensaría que la figura que se había introducido tan sutilmente a sus meditaciones era de hecho la respuesta al pensamiento rumiado con tanta insistencia. La figura había comenzado como un elemento externo, sin embargo, aparecía cada vez que rumiaba el pensamiento... mientras más rumiaba, más frecuentemente aparecía la figura, ergo, la figura debía ser la respuesta al pensamiento. Lo que seguía era fácil de definir, una vez que el objeto que satisfacería el deseo fue identificado, lo que seguía era poseerlo. "Es tan claro todo, que duele", pensó ella. Lo que dolía era la fricción sobre sus dedos. Sin darse cuenta, el trapo se había movido de lugar de tal forma que eran sus dedos los que frotaban directamente sobre la tela manchada del sillón. Había frotado con insistencia que la piel superficial de los dedos se había desprendido, y ardía. Sí, esto también es nítido y claro, esto también duele.

martes, 23 de noviembre de 2010

Primera Entrega

Llevaba cerca de una hora tallando de manera continua sin lograr sacar la mancha que ahora era más bien naranja. Sentada sobre el piso, mientras frotaba con fuerza la superficie del sillón, recordaba cómo esa visita mensual que llegaba sin ser llamada, ni ser bienvenida, le había costado varios accidentes ya. Ninguno tan peligroso como ese que tan afanosamente trataba de esconder. Le molestaba tener que limpiar esa mancha asida con tanto ahínco (un ahínco que ella pensaba le faltaba en su vida cotidiana, “Es extraño”, pensaba, “cómo puedo hacer una mancha que se resiste con tanta fuerza a desaparecer, cuando yo tiendo a salir corriendo cuando las cosas comienzan a ponerse difíciles”). Se concentró nuevamente en la fricción que ejercía sobre el sillón con un trapo que había encontrado debajo del fregadero, el codo se alzó lentamente conforme incrementaba la presión sobre el trapo, en un intento, aparentemente fallido, de hacer desaparecer la mancha más rápido.


Siempre que pensaba en ese tipo de “accidentes” no podía evitar pensar en el instante justo anterior a que ocurriera el evento, el momento en que un suceso (una serie de acontecimientos asidos cronológicamente uno al otro, como si fueran una serie) estaba a punto de ocurrir. Exactamente lo contrario a “acabar de”, serie de palabras que indican esos dos instantes inasibles en los que el universo está al borde de precipitarse sobre sí mismo por un lado, y justo después de que ha recuperado la estabilidad una vez que se hubo precipitado. Tenía algo de excitante ese momento en el que el universo (porque ella era parte del universo) estaba justo en el borde del abismo, a punto de precipitarse sobre sí mismo, ese lugar donde uno no sabe qué sucederá enseguida, y mucho menos qué será lo siguiente a ese “enseguida”. Pensaba en qué tiene que ocurrir para que el universo finalmente se precipite sobre sí mismo y marque el inicio de una serie de acontecimientos cronológicamente asidos uno al otro, cual serie, que desembocarían en un “accidente” tal, que hiciera aparecer en el sillón de tela blanca una mancha roja que se extendería lenta, pero neciamente, cambiando caprichosamente de forma, ora una amiba de libro de primaria, ora un estado de la República.

Últimamente ella misma se había sentido en el borde, era una sensación recurrente a lo largo de su vida, pero esta vez era diferente. Esta vez se sentía realmente en el borde del abismo, y ese “realmente” resaltado con letra cursiva, no se refería a otra cosa más que a ese “a punto de”. Esta vez se sentía en el borde a punto de precipitarse. Esa imagen la hacía sentir fascinada en el sentido de hipnotizada, no veía o escuchaba otra cosa que no fuera el silencio abrumador del abismo, no existía beat tan rápido o voz tan grave que la hubieran distraído.

Tallaba, el codo había caído hacia su costado sin que ella lo hubiera notado. Tallaba, el trapo deslavado friccionando contra la tela blanca de sillón. Ella sabía muy bien de dónde había venido la fuerza que la empujó poco a poco más cerca del borde. No tenía dudas al respecto, incluso podía ubicar ese otro momento preciso donde el universo estuvo a punto de precipitarse, fue el 16 de julio del año anterior.

Ese día iba caminando cerca del río y unos metros antes de llegar al lugar donde siempre daba vuelta para regresar, encontró una mujer que inmediatamente se veía no pertenecía a la escena. Iba vestida de rojo y aunque el vestido no mostraba mucho de su piel, dejaba ver que era una mujer bella. Tenía el cabello suelto que flotaba levemente al ritmo del viento que ella sentía en su cara. Se quedó parada, mirándola, y se sintió incómoda de verla allí, como invadiendo un territorio que ella sentía suyo. La mujer volteó y detuvo su mirada en la suya, no sintió que la mujer hubiera expresado emoción alguna, fue como ver a una estatua moverse.

Regresó sobre sus pasos pensando en la cara de la mujer y cómo volteó hacia ella y la miró sin emoción alguna. Se hubiera podido decir que ni siquiera había indiferencia en la cara de la mujer, nada a lo que ella hubiera podido asirse para poder decir que la mujer la notó en su entorno. Mientras desandaba el camino, pensaba en qué le estaría ocurriendo a la mujer en ese momento, qué pasaba por su mente para que hubiera tenido esa reacción al mirarla. Se imaginaba por ejemplo que estaba allí porque quería pensar sobre un asunto importante o porque buscaba un lugar apartado para resolver un problema complicado de su vida. Luego imaginó que talvez se paró allí a ser observada. "O talvez simplemente", se dijo, "se quedó aquí un rato a disfrutar de la brisa y de la vista sobre el río". Pero una persona que se toma el tiempo de disfrutar de la brisa y de la vista sobre el río sí que muestra emoción, muestra satisfacción, talvez felicidad, sobre lo que ve, sobre la sensación del viento sobre la piel. "No, no es por eso que se paró allí... Fue porque quería ser observada". Era interesante esa idea, le dedicó un buen trecho. "He venido a este lugar, a caminar el mismo tramo durante los últimos 2 meses", pensó. Había encontrado accidentalmente esa parte de la ciudad en sus caminatas durante los fines de semana. Es cierto que se había cruzado con algún transeúnte, con el que había compartido alguna mirada, incluso una sonrisa, a lo largo de esos meses; pero nunca había visto a algún visitante habitual, al menos no lo recordaba. "Si la mujer quería ser vista por alguien, tenía que ser por alguien que supiera estaría allí... A menos que fuera un juego, algo así como un acuerdo con la persona que la veía, observador y objeto observado en acuerdo para coincidir en ese lugar en ese momento, yo sólo resulté un tercero que no debió haber aparecido". Pero no recordaba haber visto a nadie en el camino, ni cerca de la ribera del río, ni por encima de él, ningún visitante habitual, como el resto de los días durante aquellos dos meses. "Quería ser vista por alguien que ella sabía iba a estar allí, la mujer estaría jugando a tener un encuentro fortuito con el observador, la mujer se sabía vista, pero el observador no lo sabría hasta encontrarla". Era como cazar al revés, era la presa la que se dejaba encontrar en tranquila pose por un cazador sorprendido. "Sí, eso era, quería ser vista por alguien que la encontraría allí sin saberlo". Imaginó entonces que el observador tenía que ser un hombre de carácter sanguíneo, conversación cortante; un hombre que a todas luces la quería por razones obvias. "Pero, ¿dónde estaba semejante hombre?" pensó, mientras volteaba buscando al observador. "Nadie... ¿será posible que una mujer tan fría quisiera ser observada por un hombre de ese tipo?... No, no era posible, era casi la mujer opuesta por la que un hombre así se fijaría. No, el observador era alguien más..."

Ya no tallaba, había detenido su mano sin darse cuenta, pensó incluso que la tela se había secado. Se paró por jabón líquido y volvió a humedecer el trapo. Regresó armada nuevamente para atacar la mancha que luchaba por quedarse. Volvió a concentrarse en la mancha, se dio cuenta con sorpresa que la mancha se había extendido más a consecuencia de la frotación que había ejercido, pero al mismo tiempo había disminuido la intensidad de color, la mancha extendía su presencia y al mismo tiempo se hacía más sutil a la vista. Aplicó jabón sobre la tela del sillón, un poco más sobre el trapo, y volvió a la mancha. Tallaba, su codo comenzó a aligerar la tensión. Recordó que en aquél momento había sentido algo parecido a un escalofrío: "Soy yo el observador.... la observadora, yo era la única visitante habitual del lugar, era a mí a quién buscaba... era de mí de quién buscaba la mirada".

jueves, 18 de noviembre de 2010

"Fisherman's woman" de Emiliana Torrini

I'm pretending to be a good fisherman's woman
Just like Anna Ingunn's mom
The gladiator of all fisherman's wives
Makes it a lot easier thinking of you
On the sea where you have to be a month at a time
Working hard in the day
Your hands cracking from the cold and the salt
In the night when you go to bed
You try to sleep by listening to the boat breathing
The boat breathing
And the only thing
The only thing you can think of is me
Waiting for you by the window
With the brightest red lipstick on my lips
Just like Anna waits for her man
How will I learn
I'll wait

lunes, 15 de noviembre de 2010