martes, 23 de noviembre de 2010

Primera Entrega

Llevaba cerca de una hora tallando de manera continua sin lograr sacar la mancha que ahora era más bien naranja. Sentada sobre el piso, mientras frotaba con fuerza la superficie del sillón, recordaba cómo esa visita mensual que llegaba sin ser llamada, ni ser bienvenida, le había costado varios accidentes ya. Ninguno tan peligroso como ese que tan afanosamente trataba de esconder. Le molestaba tener que limpiar esa mancha asida con tanto ahínco (un ahínco que ella pensaba le faltaba en su vida cotidiana, “Es extraño”, pensaba, “cómo puedo hacer una mancha que se resiste con tanta fuerza a desaparecer, cuando yo tiendo a salir corriendo cuando las cosas comienzan a ponerse difíciles”). Se concentró nuevamente en la fricción que ejercía sobre el sillón con un trapo que había encontrado debajo del fregadero, el codo se alzó lentamente conforme incrementaba la presión sobre el trapo, en un intento, aparentemente fallido, de hacer desaparecer la mancha más rápido.


Siempre que pensaba en ese tipo de “accidentes” no podía evitar pensar en el instante justo anterior a que ocurriera el evento, el momento en que un suceso (una serie de acontecimientos asidos cronológicamente uno al otro, como si fueran una serie) estaba a punto de ocurrir. Exactamente lo contrario a “acabar de”, serie de palabras que indican esos dos instantes inasibles en los que el universo está al borde de precipitarse sobre sí mismo por un lado, y justo después de que ha recuperado la estabilidad una vez que se hubo precipitado. Tenía algo de excitante ese momento en el que el universo (porque ella era parte del universo) estaba justo en el borde del abismo, a punto de precipitarse sobre sí mismo, ese lugar donde uno no sabe qué sucederá enseguida, y mucho menos qué será lo siguiente a ese “enseguida”. Pensaba en qué tiene que ocurrir para que el universo finalmente se precipite sobre sí mismo y marque el inicio de una serie de acontecimientos cronológicamente asidos uno al otro, cual serie, que desembocarían en un “accidente” tal, que hiciera aparecer en el sillón de tela blanca una mancha roja que se extendería lenta, pero neciamente, cambiando caprichosamente de forma, ora una amiba de libro de primaria, ora un estado de la República.

Últimamente ella misma se había sentido en el borde, era una sensación recurrente a lo largo de su vida, pero esta vez era diferente. Esta vez se sentía realmente en el borde del abismo, y ese “realmente” resaltado con letra cursiva, no se refería a otra cosa más que a ese “a punto de”. Esta vez se sentía en el borde a punto de precipitarse. Esa imagen la hacía sentir fascinada en el sentido de hipnotizada, no veía o escuchaba otra cosa que no fuera el silencio abrumador del abismo, no existía beat tan rápido o voz tan grave que la hubieran distraído.

Tallaba, el codo había caído hacia su costado sin que ella lo hubiera notado. Tallaba, el trapo deslavado friccionando contra la tela blanca de sillón. Ella sabía muy bien de dónde había venido la fuerza que la empujó poco a poco más cerca del borde. No tenía dudas al respecto, incluso podía ubicar ese otro momento preciso donde el universo estuvo a punto de precipitarse, fue el 16 de julio del año anterior.

Ese día iba caminando cerca del río y unos metros antes de llegar al lugar donde siempre daba vuelta para regresar, encontró una mujer que inmediatamente se veía no pertenecía a la escena. Iba vestida de rojo y aunque el vestido no mostraba mucho de su piel, dejaba ver que era una mujer bella. Tenía el cabello suelto que flotaba levemente al ritmo del viento que ella sentía en su cara. Se quedó parada, mirándola, y se sintió incómoda de verla allí, como invadiendo un territorio que ella sentía suyo. La mujer volteó y detuvo su mirada en la suya, no sintió que la mujer hubiera expresado emoción alguna, fue como ver a una estatua moverse.

Regresó sobre sus pasos pensando en la cara de la mujer y cómo volteó hacia ella y la miró sin emoción alguna. Se hubiera podido decir que ni siquiera había indiferencia en la cara de la mujer, nada a lo que ella hubiera podido asirse para poder decir que la mujer la notó en su entorno. Mientras desandaba el camino, pensaba en qué le estaría ocurriendo a la mujer en ese momento, qué pasaba por su mente para que hubiera tenido esa reacción al mirarla. Se imaginaba por ejemplo que estaba allí porque quería pensar sobre un asunto importante o porque buscaba un lugar apartado para resolver un problema complicado de su vida. Luego imaginó que talvez se paró allí a ser observada. "O talvez simplemente", se dijo, "se quedó aquí un rato a disfrutar de la brisa y de la vista sobre el río". Pero una persona que se toma el tiempo de disfrutar de la brisa y de la vista sobre el río sí que muestra emoción, muestra satisfacción, talvez felicidad, sobre lo que ve, sobre la sensación del viento sobre la piel. "No, no es por eso que se paró allí... Fue porque quería ser observada". Era interesante esa idea, le dedicó un buen trecho. "He venido a este lugar, a caminar el mismo tramo durante los últimos 2 meses", pensó. Había encontrado accidentalmente esa parte de la ciudad en sus caminatas durante los fines de semana. Es cierto que se había cruzado con algún transeúnte, con el que había compartido alguna mirada, incluso una sonrisa, a lo largo de esos meses; pero nunca había visto a algún visitante habitual, al menos no lo recordaba. "Si la mujer quería ser vista por alguien, tenía que ser por alguien que supiera estaría allí... A menos que fuera un juego, algo así como un acuerdo con la persona que la veía, observador y objeto observado en acuerdo para coincidir en ese lugar en ese momento, yo sólo resulté un tercero que no debió haber aparecido". Pero no recordaba haber visto a nadie en el camino, ni cerca de la ribera del río, ni por encima de él, ningún visitante habitual, como el resto de los días durante aquellos dos meses. "Quería ser vista por alguien que ella sabía iba a estar allí, la mujer estaría jugando a tener un encuentro fortuito con el observador, la mujer se sabía vista, pero el observador no lo sabría hasta encontrarla". Era como cazar al revés, era la presa la que se dejaba encontrar en tranquila pose por un cazador sorprendido. "Sí, eso era, quería ser vista por alguien que la encontraría allí sin saberlo". Imaginó entonces que el observador tenía que ser un hombre de carácter sanguíneo, conversación cortante; un hombre que a todas luces la quería por razones obvias. "Pero, ¿dónde estaba semejante hombre?" pensó, mientras volteaba buscando al observador. "Nadie... ¿será posible que una mujer tan fría quisiera ser observada por un hombre de ese tipo?... No, no era posible, era casi la mujer opuesta por la que un hombre así se fijaría. No, el observador era alguien más..."

Ya no tallaba, había detenido su mano sin darse cuenta, pensó incluso que la tela se había secado. Se paró por jabón líquido y volvió a humedecer el trapo. Regresó armada nuevamente para atacar la mancha que luchaba por quedarse. Volvió a concentrarse en la mancha, se dio cuenta con sorpresa que la mancha se había extendido más a consecuencia de la frotación que había ejercido, pero al mismo tiempo había disminuido la intensidad de color, la mancha extendía su presencia y al mismo tiempo se hacía más sutil a la vista. Aplicó jabón sobre la tela del sillón, un poco más sobre el trapo, y volvió a la mancha. Tallaba, su codo comenzó a aligerar la tensión. Recordó que en aquél momento había sentido algo parecido a un escalofrío: "Soy yo el observador.... la observadora, yo era la única visitante habitual del lugar, era a mí a quién buscaba... era de mí de quién buscaba la mirada".

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