martes, 10 de abril de 2012

Grieta insalvable

Comentario sobre el segundo sueño que Teresa cuenta a Tomás:

Sobre el capítulo 15 de la segunda parte (El alma y el cuerpo) de La insoportable levedad del ser de Kundera, Teresa describe a Tomás, con quien ya vivía, el segundo sueño con el que lo acusa. Teresa, una mujer cuya madre le había prohibido tener vergüenza de su desnudez (cualidad que en el texto significa la diferenciación del propio cuerpo con respecto a la desnudez de los demás), había ido a buscar a Tomás para que éste volviese el cuerpo de Teresa único e irremplazable. Dado que no lo hizo, Teresa se dedicó a fustigar contra él acusaciones que se hicieron sueños, como el que se relata en el capítulo.

El sueño me recuerda una reacción que despertó en mí otro libro que poco tiene que ver con el de Kundera. En Huesos en el desierto, Sergio González Rodríguez hace un ensayo periodístico sobre los cinco años que pasó en Ciudad Juárez en la década de los 90, y hacia el final, cita cada uno de los nombres de las mujeres cuyos asesinatos se han registrado, agrega en algunos casos a qué se dedicaban, entre otros. Recuerdo que cuando leí el libro, esa fue la única sección que no pude terminar. La lista casi interminable de nombres es patética hasta el vómito. Sin embargo, esa parte fue la que finalmente provocó que ese libro fuera el que más honda impresión me ha causado, que pobremente intenté describir en algún post anterior.

El hecho de que las mujeres muertas no tengan nada común entre ellas (las cualidades que se hicieron famosas en los medios de comunicación: mujeres morenas de cabello negro, lacio, estatura media, delgadas, son características que comparten solamente algunas de ellas), no se dedicaban a una actividad particular (la idea generalizada de que eran prostitutas o trabajadoras de maquila tampoco son características que comparten todas, de hecho la mayoría de ellas eran amas de casa), tampoco existen entre todas ellas condiciones semejantes con respecto a su forma de vida, etcétera. La única cosa común es de manera evidente pero no banal, que todas ellas eran mujeres.

En ese sentido, me parece que esas muertes tienen la misma significación que las muertes de los judíos durante la Segunda Guerra. Los judíos enfrentaron a un grupo que tenía la intención de eliminarlos totalmente de la faz del mundo. Pero ese pseudo juicio ilegítimo e inmoral, no se basaba en alguna cualidad meritoria de esos individuos, es decir, no importaba que fueran moralmente buenos o malos, inteligentes, etcétera, sino que eran muertos por compartir una cualidad que ellos no habían elegido tener, y que en muchos casos, ni siquiera se identificaban con ella.

De esta forma, los judíos que se salvaron de ser recluidos y aquellos que sobrevivieron a la reclusión pudieron ser los judíos que murieron y viceversa. Allí radica la reacción que provocó en mí el libro de Huesos..., las mujeres muertas que el periodista cita sin empacho pudieron haber sido cualquiera, cualquier mujer que lea esa lista, pudo haber estado listada allí. De la misma manera cualquiera de esas mujeres muertas, pudo haber tenido otra suerte, seguir viva y haber leído ese libro sin su nombre listado en él. Para decirlo en los términos en los que lo sentí: yo pude haber estado listada en ese libro, y alguna mujer de las listadas pudo haber estado leyendo ese libro como yo lo leía. En ambos casos, con los judíos y con las mujeres, hay un intento de no distinción, de uniformizar los cuerpos y de cosificarlos violentamente (animalmente) que provoca inmediata repulsión... Es la misma repulsión que sentía Teresa cuando en su sueño, Tomás obligaba a las mujeres a caminar, cantar y hacer flexiones alrededor de la piscina, para luego disparar a alguna, como le dispararía a ella. Es decir, Tomás acaricia a Teresa como acaricia a cualquier otra mujer que tuvo antes.

Existe de manera clara una diferencia que es necesario indicar: Tomás no es Hitler ni alguno de los asesinos de Juárez. Es decir, Tomás no tiene nunca la intención de cosificar brutalmente a Teresa como sí tenía Hitler y los otros. Por eso es aceptable que Tomás solamente calle y acaricie la mano de Teresa con la cabeza gacha cuando escucha sus sueños. Sin embargo, Teresa no es capaz de entender la diferencia, para ella Tomás tiene el mismo poder que Hitler tuvo sobre los judíos muertos. Allí, frente a ella, está la grieta que Teresa no puede salvar.