Sírvase sentarse a meditar un poco sobre sí mismo. Encuentre un momento de su vida no hilarante sino más bien dramático, si encuentra uno trágico, será más fácil su escritura. Sirvan de ejemplo, la primera vez que se le derramó leche sobre la superficie recién lavada de la estufa, el accidental asesinato de una mosca al tratar de dejarla salir por la ventana, la confusión incómoda de haber pensando que sí le gustaba cuando en realidad no. Si su seriedad de hombre o mujer adulta le dificulta la búsqueda de algún objeto memorioso como los anteriores, yo le puedo prestar uno de los míos, puede ser que al saberlo se le viene con él alguno suyo a la memoria. Tenía yo, digamos cerca de diez años, y me encontraba sentada sobre un volantín con varios otros niños de la edad. Alguno de los compañeros niños daba con fuerza el volantín, lo cual ponía a todos los involucrados (incluyéndome) de feliz humor. Los niños tenían una severa carcajada en sus rostros, mi naturaleza contemplativa me permitía una sólida sonrisa. Observe cerca de la décima vuelta que el movimiento del volantín movía violentamente las flores y ramas que crecían alrededor del volatín, y que sobre una de las flores, estaba posado un saltamontes feo como todos los individuos de esa especie. Se veía que el saltamontes tenía un gran tesón, el insecto se aferraba con fuerza a la flor que lo cargaba. Estaba el animal sin embargo peligrosamente cerca del borde del volantín. Ocurrió entonces en mí un cambio cualitativo, digamos del tipo ontológico, en el momento que el tesón del saltamontes sirvió de catalizador para que mi contemplativa alegría se convirtiera en alguna clase de solidaridad inútil con el saltamontes. Se me ocurrió entonces que podría acercar mi mano cuando el volantín me lo permitiera y rescatarlo de tan peligrosa situación. No fue así sin embargo. Lo tomé dentro de mi puño de niña y traté de incorporarme. La fuerza que hice contra la velocidad del volantín para incorporarme fue tal que cuando abrí la mano, el insecto había muerto del apretón.
Una vez que usted tiene en sus manos el momento trágico que su memoria le haya permitido recordar, permítase contemplarlo de lejos, recupere el evento en sí y tórnelo de lado, de arriba abajo, hasta que comience a observarlo de otra forma. Hasta que, a fuerza de repetición, pierda el sentido primero, y adquiera otro, súmele lo que usted desee. Tome un bolígrafo y papel, y comience a escribir antes de perderse en la vorágine de significados-significantes.