jueves, 24 de febrero de 2011

Segunda fotografía

La hembra se veía visiblemente incómoda. Su mirada se notaba insegura y tenía un dejo de agresividad. Estaba parada hasta el fondo del camión, sus manos luchaban por asirse a los barrotes. Vestía traje y corbata negros, camisa blanca, y zapatos negros sucios de polvo. Usaba la misma vestimenta que los machos que ocupaban el camión.

Cada vez que se encontraba en una situación similar a aquélla, un espacio en donde ella se sentía reducida a una mala imitación de un macho, se preguntaba con enojo, en qué endemoniado momento habían las hembras decrecido en número con respecto a los machos. Recordó algunas de las historias que su abuela contaba sobre su bisabuela, en las que hablaba de cómo la bisabuela había vivido en una sociedad donde las hembras eran, en número, iguales o un poco más numerosas que los machos. ¿Cómo sería vivir en un tipo de sociedad así? ¿Se sentiría ella libre de ser quien quisiera, sentir menos limitaciones, al menos no ser una mala imitación de un macho?

Un comentario agresivo del que venía al lado suyo la hizo volver a la realidad. Le estorbaba para acercarse a la salida. El comentario implicó una humillación haciendo referencia a su estatura (aunque era alta, no llegaba al promedio de estatura de los machos) y al hecho que no tenía los mismos órganos sexuales.

Metió las manos a sus bolsillos para sacar los audífonos que tenía guardados con la intención de aislarse de lo que pasaba dentro del camión. Aplicó los audífonos dentro de sus oídos y comenzó a escucharse la voz del periodista más reconocido del país. Un hombre de mediana edad, muy inteligente y crítico. Hacía una entrevista a la única hembra que participaba en el Congreso, una diputada de segunda clase que, exhibiéndose en flagrante contra las buenas costumbres, había mandado al pleno una propuesta de ley para establecer una cuota máxima de participación masculina de 95%, dejando a la hembras una participación obligatoria del 5%. La discusión giraba en torno al hecho de que no había suficientes hembras participando en política para llenar ese 5% que ella proponía… ¿quién llenaría las curules faltantes?

Mientras ponía atención a medias a la entrevista, recordaba que últimamente los medios de comunicación daban vueltas a los problemas que surgían de la presencia de hembras en los espacios públicos, y las llamaban a que se cuidaran de no sobresalir demasiado, y de respetar el derecho de los machos a tener mayores y mejores privilegios. La mayoría masculina, se alegaba, era la fuerza principal de la economía, eran los machos quienes llevaban la carga principal del éxito de las políticas económicas del gobierno en turno. Debía dejarse espacio a los machos para que hicieran lo que habían venido a hacer al mundo: trabajar y ser eficientes, sostener a la sociedad. A las mujeres se les asignaba la oportunidad de participar en algunos espacios públicos, con límites bien establecidos; pero continuamente eran llamadas a no abusar de esa libertad y a no estorbar.

No había mucho qué pensar al respecto, la hembra dejó de interesarse por la entrevista, apagó el aparato sintonizador, guardó las cuerdas de plástico dentro de los bolsillos de su pantalón y bajó del camión. Caminó dos cuadras antes de entrar a la oficina donde trabajaba. Un amigo de la infancia le había dado oportunidad de trabajar en la revista, una publicación medianamente famosa a nivel nacional cuyo ramo era la pornografía con fines psicológicos. Los machos sexualmente satisfechos son más eficientes. Nada debía detener la locomotora del progreso.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Primera fotografía

Había estado distraída desde que abrió los ojos ese día. Despertó con una sensación de distracción que la abrazó con intensidad mientras sentía el agua caliente recorrer su piel mientras estaba en la regadera, la misma distracción que su madre le reprochó mientras se preparaba el desayuno. No puso mucha atención realmente a lo que le pasaba, ni a lo que su madre le decía, más bien se dejó llevar por la distracción que la envolvía.

Había salido de casa para recorrer el mismo camino de siempre hasta la parada del camión, con una bolsa voluminosa por la cantidad de libros con que la llenaba, además de cuadernos y otros objetos que siempre aventaba a su bolsa porque pensaba que talvez le serían útiles; había visto los mismos locales abiertos que siempre veía abiertos, incluso parecía que veía la misma gente caminando en la calle. Quizá fuera así, nunca realmente ponía atención.

Fue hasta que estuvo en la parada del camión cuando se dio cuenta que no traía los audífonos dentro de sus oídos como acostumbraba cuando caminaba. Metió rápidamente sus manos dentro de los bolsillos del pantalón, sacó aquellas cuerdas de plástico y las aplicó dentro de sus oídos. Se comenzó a escuchar la cadencia de alguna canción de Lhasa de Sela.

El camión llegó haciendo ruido y echando humo. La ruta que tomaba estaba generalmente concurrida a esa hora de la mañana, y tuvo que esperar a que cerca de nueve mujeres subieran al camión. Una de ellas subió sin hacer fila, gesto al que algunas dentro de la fila respondieron con furia (los comentarios que dirigieron hacia la oportunista fueron incluso violentos), y otras mostraron indiferencia hacia lo acontecido.

Una vez dentro del camión, buscó algún lugar libre dónde sentarse, pero no encontró ninguno. Caminó hasta el fondo del camión dando espacio a las siguientes que subieron. La bolsa voluminosa le resultaba siempre un estorbo dentro del camión, y siempre se prometía poner menos libros, cosa que siempre olvidaba cada vez que salía de su casa por las mañanas. El camión llevaba cerca de diez minutos caminando, cuando una mujer de cerca de cincuenta años, que la había visto pararse a un costado de donde estaba sentada, le ofreció cargar su bolsa mientras la joven no consiguiera lugar. Fue un buen gesto, que de alguna forma le hizo prestar atención a lo que pasaba dentro del camión.

Observó, mientras luchaba por asirse de los barrotes del camión, a una mujer de alrededor de veinte años, sentada en uno de los asientos un poco más adelante, que miraba con enojo a la mujer que venía sentada a un lado de ella. La compañera de asiento era una mujer de cerca de cincuenta años, con el cabello corto, hombros anchos, vestida de color oscuro y que no tenía apariencia de hembra (como el resto de las que vivían en la ciudad). Por el comentario que la joven gritó al levantarse del asiento, la mujer mayor había intentado llegar a la entrepierna de la joven para acariciarla. ¿Cuántas veces había visto una situación parecida? El tema de la violencia sexual entre mujeres estaba de moda, se hablaba de ello en los noticieros, se hacían análisis sociológicos al respecto, había telenovelas en la programación regular. Pero al mismo tiempo, y haciendo uso de los mismos medios de comunicación, se hablaba de “la” ciudadana ejemplar, empoderada, que hacía uso de la inseminación artificial para “retribuir” a la sociedad, a través de la reproducción, parte de lo que le había dado, dedicada a sus hijas, y empeñada en darles la mejor educación, formarlas a su vez como ciudadanas responsables, útiles para la comunidad.

Lo que pasaba en realidad era una serie de interacciones sociales que resultaban de lo más diversas. Había colaboración genuina entre algunas mujeres, había intentos honestos por establecer vínculos de entendimiento entre aquellas que pensaban diferente; pero también había violencia entre ellas, violaciones, raptos e intentos por humillar a las mujeres menos empoderadas. No había, en pocas palabras, una sola forma de ser mujer en donde serlo era la única opción. En ese lugar nadie conocía la dualidad, no había negro y blanco, sino una serie de grises de las más diversas tonalidades. No había yin, tampoco yang, sino una multiplicidad de formas de aprehender la feminidad.

jueves, 10 de febrero de 2011

martes, 8 de febrero de 2011

El discurso del anciano

El hombre comenzó a hablar como si yo estuviera poniendo atención desde un principio. Había estado observando la fachada de la iglesia principal de ese pueblo perdido que por azares del destino había decidido visitar. El hombre me había llamado la atención cuando lo vi por que parecía cargar sobre sus hombros la edad misma del pueblo. Su apariencia era descuidada, el poco cabello que le quedaba era totalmente blanco, no había un sólo espacio de su piel que no estuviera surcado por arrugas, y el párpado izquierdo caía hasta la mitad de su ojo, lo que lo hacía parecer aún más viejo de lo que era. Estaba sentado sobre un pilar de media altura, su espalda estaba encorvada, y movía los labios de adentro hacia afuera sin realmente comenzar a hablar, sino más bien como una forma de dejar escapar los nervios acumulados en el siglo que el hombre cargaba sobre su espalda.

No observé que me miraba hasta que estuve cerca de la fachada de la iglesia, a unos tres metros de él, y que cuando me miraba dejaba de mover los labios, como si pusiera atención. Hice el ademán de entrar a la iglesia, pero al final me quedé fuera como si supiera de antemano que lo que me interesaba escuchar estaba fuera del edificio.

Me quedé parado cerca de cinco minutos tratando de capturar la imagen del lugar en un recuerdo, cuando el hombre comenzó a emitir sonidos. Serían seguramente palabras arrastradas por efecto de la dificultad del anciano para armar su boca y labios con solidez para pronunciar los sonidos correctamente. Luego de varios sonidos, alcancé a escuchar con claridad, que el hombre me decía: "Muchacho, escoge una palabra". La propuesta era poco común, y tengo que decir que dudé de quedarme. A pesar de ello, me acerqué al hombre y me senté en el siguiente pilar frente a la fachada de la iglesia, y de mi boca salió la palabra: "duda".

Lo que pasó enseguida fue inverosímil; si quisiera resumir lo acontecido, tendría que decir que dos existencias cuyas trayectorias no tenían el mínimo símil entre ellas, ni la menor necesidad una de la otra, se habían cruzado por razón desconocida. Dado que las existencias no debían encontrarse, ello creó un conflicto en la lógica del universo que provocaría en ambos (en el anciano y en mí), sin poder de manera alguna prevenir sus consecuencias, una crisis ontológica. El hombre habló desde lo más profundo de su alma y dijo que nadie es necesario en la vida de nadie, y que el destino es sólo una mala broma que inventaron para proteger los temores más profundos de los hombres; el anciano dijo que cada hombre vive una sola vez, y que toma de los que se encuentra en el camino aquello de lo que carece; dijo que el amor es de lo que más carecen los hombres, y que es posible que los hombres trafiquen con su propia dignidad, y que incluso estén dispuestos a vender y pisotear su propia integridad por una caricia. El hombre dijo que aquellos que carecen de tan escaso recurso pueden darlo todo y perderse a sí mismos (y enfáticamente dijo que la consecuencia era nítida: uno perdía consciencia de sí mismo). Dijo que así como la carencia más común era el amor, el temor más común y severo de los hombres era conocerse a sí mismos.

El hombre me había hipnotizado con su discurso, yo libaba de sus palabras como si fueran flores de polen vírgenes. Hasta ese momento me percaté de que el hombre parecía recuperar fuerza conforme expiaba su vida a través de las palabras con las que me alimentaba. En algún momento me tomó de los hombros con sus manos gruesas y callosas, posó en mí la mirada del océano, y dijo lo siguiente: "Toma del camino lo que necesites, toma una piedra si te hace falta un lugar dónde descansar, toma un bastón si te hace falta apoyo, pero patea las piedras que sólo estén haciendo más cansado tu caminar; ama si así lo deseas, pero bástate a ti mismo: no busques estrellas en el cielo ajeno, que cada quien tiene las suyas, y las ajenas siempre te parecerán insuficientes. Cuando te sientas derrumbar o te haga falta dirección, no mires al exterior, cierra tus ojos y observa por dentro, la mejor brújula es tu corazón. No te detengas más del tiempo necesario, no pisotees a otros si tu supervivencia no depende de ello, y aprende a dar espacio a aquellos que, igual que tú, estén buscando sus estrellas en cielos ajenos, diles que te bastas a ti mismo y que tus carencias no son tan urgentes como para obtener caricias a cambio de tu firmamento, porque necesitarás tus estrellas cuando te haga falta mirar una."

Pasé los siguientes tres días con una sensación que sólo puedo describir como borrachera, como si estuviera drogado con alguna sustancia cuyo efecto fuera el pasmo absoluto. No pude narrar la historia hasta años después de que sucedió. Supe que era lo único valioso que podía heredar a mis hijos. Supe que era lo único que podía dar a aquellos a los que encontrara. Sirva este texto como testimonio al lector de que esto fue lo que el anciano dijo en trance, y que no era a mí a quién lo decía, sino al universo entero que era incapaz de escuchar por todos... tuvo que elegir a alguien incauto, y ese día fui yo.

domingo, 6 de febrero de 2011

“End of May” de Keren Ann con letra

Close your eyes and roll a dice
Under the board there's a compromise
If after all we only lived twice
Which lies the run road to paradise
Don't say a word, here comes the break of the day
And wide clouds of sand raised by the wind of the end of May
Close your eyes and make a bet
Face to the glare of the sunset
This is about as far as we get
You haven't seen me disguised yet
Don't say a word, here comes the break of the day
And wide clouds of sand raised by the wind of the end of May
Close your eyes and make a wish
Under the stone there's a stonefish
Hold your breath then roll the dice
It might lead the run road to paradise
Don't say a word, here comes the break of the day
And wide clouds of sand raised by the wind of the end...
Don't say a word, here comes the break of the day
And wide clouds of sand raised by the wind of the end of May.