La hembra se veía visiblemente incómoda. Su mirada se notaba insegura y tenía un dejo de agresividad. Estaba parada hasta el fondo del camión, sus manos luchaban por asirse a los barrotes. Vestía traje y corbata negros, camisa blanca, y zapatos negros sucios de polvo. Usaba la misma vestimenta que los machos que ocupaban el camión.
Cada vez que se encontraba en una situación similar a aquélla, un espacio en donde ella se sentía reducida a una mala imitación de un macho, se preguntaba con enojo, en qué endemoniado momento habían las hembras decrecido en número con respecto a los machos. Recordó algunas de las historias que su abuela contaba sobre su bisabuela, en las que hablaba de cómo la bisabuela había vivido en una sociedad donde las hembras eran, en número, iguales o un poco más numerosas que los machos. ¿Cómo sería vivir en un tipo de sociedad así? ¿Se sentiría ella libre de ser quien quisiera, sentir menos limitaciones, al menos no ser una mala imitación de un macho?
Un comentario agresivo del que venía al lado suyo la hizo volver a la realidad. Le estorbaba para acercarse a la salida. El comentario implicó una humillación haciendo referencia a su estatura (aunque era alta, no llegaba al promedio de estatura de los machos) y al hecho que no tenía los mismos órganos sexuales.
Metió las manos a sus bolsillos para sacar los audífonos que tenía guardados con la intención de aislarse de lo que pasaba dentro del camión. Aplicó los audífonos dentro de sus oídos y comenzó a escucharse la voz del periodista más reconocido del país. Un hombre de mediana edad, muy inteligente y crítico. Hacía una entrevista a la única hembra que participaba en el Congreso, una diputada de segunda clase que, exhibiéndose en flagrante contra las buenas costumbres, había mandado al pleno una propuesta de ley para establecer una cuota máxima de participación masculina de 95%, dejando a la hembras una participación obligatoria del 5%. La discusión giraba en torno al hecho de que no había suficientes hembras participando en política para llenar ese 5% que ella proponía… ¿quién llenaría las curules faltantes?
Mientras ponía atención a medias a la entrevista, recordaba que últimamente los medios de comunicación daban vueltas a los problemas que surgían de la presencia de hembras en los espacios públicos, y las llamaban a que se cuidaran de no sobresalir demasiado, y de respetar el derecho de los machos a tener mayores y mejores privilegios. La mayoría masculina, se alegaba, era la fuerza principal de la economía, eran los machos quienes llevaban la carga principal del éxito de las políticas económicas del gobierno en turno. Debía dejarse espacio a los machos para que hicieran lo que habían venido a hacer al mundo: trabajar y ser eficientes, sostener a la sociedad. A las mujeres se les asignaba la oportunidad de participar en algunos espacios públicos, con límites bien establecidos; pero continuamente eran llamadas a no abusar de esa libertad y a no estorbar.
No había mucho qué pensar al respecto, la hembra dejó de interesarse por la entrevista, apagó el aparato sintonizador, guardó las cuerdas de plástico dentro de los bolsillos de su pantalón y bajó del camión. Caminó dos cuadras antes de entrar a la oficina donde trabajaba. Un amigo de la infancia le había dado oportunidad de trabajar en la revista, una publicación medianamente famosa a nivel nacional cuyo ramo era la pornografía con fines psicológicos. Los machos sexualmente satisfechos son más eficientes. Nada debía detener la locomotora del progreso.