miércoles, 24 de noviembre de 2010

Segunda Entrega

Si bien la idea le pareció exagerada, enseguida pensó que no podía haber otra explicación. No había visitante habitual más que ella, no había visto a nadie más en el recorrido que había hecho ese día, y la mujer estaba parada justo al final del camino que ella había recorrido durante los últimos dos meses. Seguramente la mujer la había visto antes en el lugar, talvez la observaba algunos días (ahora los papeles se invertían, el cazador se convertía en la presa), y después de haberla observado varios días, decidió bajar y encontrarla de frente. "No hay duda de que es así", pensó.


Esa idea planteaba algunos problemas, sin embargo. El problema más obvio era, claro está, la razón de observarla, y más importante talvez, la razón por la que la mujer hubiera bajado al río para dejarse ser vista por ella. La primera parte no era tan difícil de responder, ¿por qué se queda uno mirando a un desconocido en la calle? ¿por qué se queda uno mirando de frente un edificio o casa o animal cuando nunca lo ha visto antes en su vida? "Por curiosidad, ¿por qué más?", respondió a sus preguntas. Para apreciar algún detalle, algún aspecto del objeto observado, porque la nariz tiene una curvatura nunca antes observada en otra persona, porque la forma de los ojos es hermosa, porque la mano es tan grande que podría muy bien cubrir el propio vientre, porque las baldosas son simétricas, porque la textura del material es llamativa, porque el jardín anima a contemplarlo, porque el animal tiene ojos tan tristes que parecen de anciano. La mujer talvez vivía cerca, talvez conocía a alguien en el vecindario, y alguna vez la había visto por primera ocasión, luego talvez la había olvidado; pero a fuerza de verla cada cierto tiempo, a causa del hábito y la costumbre, se había percatado de su presencia, talvez incluso le había dado un nombre (una definición), "la muchacha del río", "la joven solitaria", "la que viene los martes, jueves y sábados... además del domingo", "la de la expresión nostálgica", u algún otro del estilo. Es decir, la razón de por qué la mujer la había observado en un principio era incidental, era claramente irrelevante. Sin embargo, la segunda parte era mucho más compleja: "¿Por qué la mujer había decidido bajar al río para dejarse ver por mí?", se preguntó. "¿Cómo se formó en su mente la idea de que tenía que ser vista por mí? ¿Con qué objeto?". Esas preguntas requerían una explicación más intrincada. Se imaginaba por ejemplo que la mujer se encontraba viendo a través de la ventana de su casa (o de la ventana de la casa del conocido domiciliado en el vecindario), talvez en ese momento la mujer resolvía algún problema importante de su vida, o talvez simplemente disfrutaba de la vista hacia el río. Talvez fumaba, y cuando no lo hacía, cruzaba los brazos frente a su pecho mirando hacia el río. Talvez meditando sobre su vida y sobre la filosofía, había cruzado por su mirada distraída (abandonada casi totalmente a sus pensamientos) la figura de una persona que se movía allá a lo lejos; una figura que caminaba y luego se detenía a un lado del río, y pasados unos minutos, volvía sobre sus pasos con la misma lentitud con la que había llegado (lentitud que no le venía de lerda, sino de su naturaleza contemplativa). Se imaginaba que la mujer, días después, mirando hacia el mismo lugar, rumiando el mismo pensamiento, la misma impresión o el mismo problema, había notado una figura que creía haber visto, la figura de una persona que se movía allá a lo lejos, cerca del río... de repente un recuerdo vago surgía de su inconsciente para encontrar espacio lentamente en su consciente; esa figura que ahora veía con más atención se disolvía lentamente (casi imperceptiblemente) con aquella otra figura anterior, una figura similar que había dejado registro en su mente, que se había escondido en algún lugar fuera del conocimiento diario de bañarse y levantarse la falda para ir al baño; y que ahora surgía poco a poco para unirse con lo que la mujer veía en ese momento. Las palabras surgirían, "Había visto esa figura antes", habría dicho la mujer. La figura se habría detenido en un lugar cercano a dónde se había detenido días antes, y luego de unos minutos, habría ido de regreso. Días después hubiera ocurrido algo similar, acompañando la escena un cigarrillo que se desvanecía sin ser fumado entre los dedos de la mujer. El hábito y la costumbre de la mujer frente a esa ventaba viendo hacia el río, y el movimiento de aquella lenta figura que llegaba, se detenía y pasados unos minutos volvía sobre sus pasos, habrían obligado a la mujer a notar las diferencias y los detalles; la habrían obligado a notar que la figura no siempre iba con la misma lentitud, que en ocasiones iba más apresurada, se podría decir que la figura caminaba con enojo por ejemplo; la mujer se habría visto obligada a notar la expresión de la figura, una expresión que parecía nostálgica, lejana, como si estuviera unida a algo que no estaba allí (a algo que ya no estaba allí); habría notado la diferencia en la vestimenta, en la curvatura de la espalda (unas veces más abatida que otras), habría notado que algunos días su cabeza se mostraba más altiva, que en otras parecía que se lamentaba, otras que hablaba. De a poco, el problema, impresión o pensamiento que rumiaba durante esas sesiones frente a la ventana con o sin cigarrillo entre los dedos, se volvía menos importante; aquella figura que mutaba se iba introduciendo a su cotidianidad con la misma lentitud con la que se movía; se le aparecía en su pensamiento cuando comía crema o cuando tomaba café por las mañanas, o se le aparecía en su mente justo antes de reconocer a una amiga en un lugar concurrido; el recuerdo de aquella figura femenina se fue apareciendo sin ser llamada, ni esperada (como aquella otra visita inesperada y sorpresiva), se fue haciendo parte de los momentos a solas cuando esperaba a que la pasaran a la oficina, o cuando esperaba en la fila del banco, y de los silencios que se atravesaban de camino a visitar a los amigos. Y en esas sesiones de frente a la ventana con la mirada hacia el río, la figura iba mutando en el pensamiento que rumiaba; una y otro iban pasando de nítido a borroso como imagen tomada con lente limitado: la figura y el pensamiento rumiado formaban parte de la misma escena (de la misma imagen), sin embargo iban cambiando de foco en la medida en que la mujer se concentraba en uno u en la otra, mayor foco a mayor concentración sobre el uno, mientras que la otra se hacía el fondo de la imagen; luego se invertía el foco si la mujer se concentraba sobre la figura, dejando al pensamiento como el fondo. La mujer pensaría que la figura que se había introducido tan sutilmente a sus meditaciones era de hecho la respuesta al pensamiento rumiado con tanta insistencia. La figura había comenzado como un elemento externo, sin embargo, aparecía cada vez que rumiaba el pensamiento... mientras más rumiaba, más frecuentemente aparecía la figura, ergo, la figura debía ser la respuesta al pensamiento. Lo que seguía era fácil de definir, una vez que el objeto que satisfacería el deseo fue identificado, lo que seguía era poseerlo. "Es tan claro todo, que duele", pensó ella. Lo que dolía era la fricción sobre sus dedos. Sin darse cuenta, el trapo se había movido de lugar de tal forma que eran sus dedos los que frotaban directamente sobre la tela manchada del sillón. Había frotado con insistencia que la piel superficial de los dedos se había desprendido, y ardía. Sí, esto también es nítido y claro, esto también duele.

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